Page 1034 - El Señor de los Anillos
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Gollum no estaba muerto ¿no?
        —Sí,  recuerdo.  Y  me  preguntaba  cómo  lo  sabrías  —dijo  Frodo—.  Bueno.
      Creo  que  es  mejor  que  no  salgamos  de  aquí  hasta  que  haya  oscurecido  por
      completo. Así podrás decirme cómo lo sabes, y contarme todo lo sucedido. Si
      puedes hablar en voz baja.
        —Trataré —dijo Sam—, pero cada vez que pienso en ese apestoso, me pongo
      tan frenético que me dan ganas de gritar.
        Allí permanecieron los hobbits, al amparo del arbusto espinoso, mientras la
      luz  lúgubre  de  Mordor  se  extinguía  lentamente  para  dar  paso  a  una  noche
      profunda y sin estrellas; y Sam, hablándole a Frodo al oído, le contó todo cuanto
      pudo  poner  en  palabras  del  ataque  traicionero  de  Gollum,  el  horror  de  Ella-
      Laraña, y sus propias aventuras con los orcos. Cuando hubo terminado, Frodo no
      dijo  nada,  pero  tomó  la  mano  de  Sam  y  se  la  apretó.  Al  cabo  de  un  rato  se
      sacudió y dijo:
        —Bueno, supongo  que  hemos  de reanudar la  marcha.  Me  pregunto cuánto
      tiempo  pasará  antes  que  seamos  realmente  capturados,  y  acaben  al  fin  estas
      penurias y escapadas, y todo haya sido inútil. —Se puso de pie—. Está oscuro, y
      no podemos usar el frasco de la Dama. Quédate con él por ahora, Sam, y cuídalo
      bien. Yo no tengo dónde guardarlo, excepto las manos, y necesitaré de las dos en
      esta noche ciega. Pero a Dardo, te lo doy. Ahora tengo una espada orca, aunque
      no creo que me toque asestar algún otro golpe.
      Era difícil y peligroso caminar de noche por aquella región sin senderos; pero
      poco apoco, tropezando con frecuencia, los dos hobbits avanzaron hacia el norte a
      lo  largo  de  la  orilla  oriental  del  valle  pedregoso.  Y  cuando  una  tímida  luz  gris
      volvió a asomar por encima de las cumbres occidentales, mucho después de que
      naciera el día en las tierras lejanas, se escondieron otra vez y durmieron un poco,
      por turno. En los ratos de vigilia a Sam lo obsesionaba el problema de la comida.
      Por  fin,  cuando  Frodo  despertó  y  habló  de  comer  y  de  prepararse  para  otro
      nuevo esfuerzo, Sam le hizo la pregunta que más lo preocupaba.
        —Con el perdón de usted, señor Frodo —dijo—, pero ¿tiene alguna idea de
      cuánto nos falta por recorrer?
        —No,  ninguna  idea  demasiado  precisa,  Sam  —respondió  Frodo—.  En
      Rivendel, antes de partir, me mostraron un mapa de Mordor anterior al retorno
      del enemigo; pero lo recuerdo vagamente. Lo que recuerdo con más precisión es
      que en un determinado lugar de las cadenas del oeste y el norte se desprendían
      unas estribaciones que casi llegaban a unirse. Estimo que se encontraban a no
      menos de veinte leguas del puente próximo a la Torre. Podría ser un buen paso.
      Pero por supuesto, si llegamos allí, estaremos aún más lejos de la montaña, a
      unas sesenta millas diría yo. Sospecho que nos hemos alejado unas doce leguas al
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