Page 1031 - El Señor de los Anillos
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que hablar. Y éstos no son orcos sino hombres, si la vista no me engaña.
        Ni él ni Frodo sabían nada de los extensos campos cultivados por esclavos en
      el extremo Sur del reino, más allá de las emanaciones de la montaña y en las
      cercanías  de  las  aguas  sombrías  y  tristes  del  Lago  Núrnen;  ni  de  las  grandes
      carreteras que corrían hacia el este y el sur a los países tributarios, de donde los
      soldados de la Torre venían con largas caravanas de víveres y botines y nuevas
      legiones  de  esclavos.  Allí,  en  las  regiones  septentrionales,  se  encontraban  las
      fraguas y las minas, allí se acantonaban las reservas humanas para una guerra
      largamente  premeditada;  y  allí  también  el  Poder  Oscuro  reunía  sus  ejércitos,
      moviéndolos como peones sobre el tablero. Las primeras movidas, con las que
      había probado fuerzas, habían puesto las piezas en jaque en el frente occidental,
      en el Sur y en el Norte. Y ahora las había retirado, y engrosándolas con nuevos
      refuerzos,  las  había  apostado  en  las  cercanías  de  Cirith  Gorgor  en  espera  del
      momento  propicio  para  tomarse  la  revancha.  Y  si  lo  que  se  proponía  era
      defender  a  la  vez  la  montaña  de  una  probable  tentativa  de  asalto,  no  podía
      haberlo hecho mejor.
        —¡Y bien! —prosiguió Sam—. No sé qué tienen de comer y de beber, pero
      no  está  a  nuestro  alcance.  No  veo  ningún  camino  que  nos  permita  llegar  allá
      abajo. Y aunque lográsemos descender, jamás podríamos atravesar ese territorio
      plagado de enemigos.
        —No obstante tendremos que intentarlo —replicó Frodo—. No es peor de lo
      que  yo  me  imaginaba.  Nunca  tuve  la  esperanza  de  llegar;  tampoco  la  tengo
      ahora.  Pero  aun  así,  he  de  hacer  lo  que  esté  a  mi  alcance.  Por  el  momento
      impedir que me capturen, tanto tiempo como sea posible. Me parece pues, que
      tendremos que continuar hacia el norte, y ver cómo se presentan las cosas allí
      donde la llanura comienza a estrecharse.
        —Creo adivinar cómo se presentarán —dijo Sam—. En la parte más estrecha
      de la llanura los orcos y los hombres estarán más apiñados que nunca. Ya lo verá,
      señor Frodo.
        —Supongo  que  lo  veré,  si  alguna  vez  llegamos  —dijo  Frodo,  y  dio  media
      vuelta.
      No  tardaron  en  descubrir  que  no  podían  continuar  avanzando  a  lo  largo  de  la
      cresta  del  Morgai,  ni  por  los  niveles  más  altos,  donde  no  había  senderos  y
      abundaban  las  hondonadas  profundas.  Por  último  tuvieron  que  regresar  por  el
      barranco  que  habían  escalado,  en  busca  de  una  salida  desde  el  valle.  Fue  una
      caminata ardua, pues no se atrevían a cruzar hasta el sendero que corría del lado
      occidental. Al cabo de una milla o más, oculto en una cavidad al pie del risco,
      vieron el bastión orco que estaban esperando encontrar: un muro y un apretado
      grupo de construcciones de piedra dispuestas a los lados de una caverna sombría.
      No  se  advertía  ningún  movimiento,  pero  los  hobbits  avanzaron  con  cautela,
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