Page 1026 - El Señor de los Anillos
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que cualquier joya, con el perdón de usted.»  Pero estamos muy lejos de Lorien.
      —Suspiró  y  movió  una  mano  señalando  las  cumbres  de  Ephel  Dúath,  ahora
      apenas visibles como una oscuridad más profunda contra el cielo en tinieblas.
      Reanudaron la marcha. No habían avanzado mucho cuando Frodo se detuvo.
        —Hay un Jinete Negro volando sobre nosotros —dijo—. Siento su presencia.
      Será mejor que nos quedemos quietos por un tiempo.
        Se acurrucaron debajo de un gran peñasco, de cara al oeste, y durante un
      rato permanecieron callados. Al fin Frodo dejó escapar un suspiro de alivio.
        —Ya pasó —dijo.
        Se levantaron, y lo que vieron los dejó mudos de asombro. A la izquierda y
      hacia el sur, contra un cielo que ya casi era gris, comenzaban a asomar oscuros
      y negros los picos y las crestas de la gran cordillera. Por detrás de ella crecía la
      luz. Trepaba lentamente hacia el norte. En las alturas lejanas, en los ámbitos del
      cielo,  se  estaba  librando  una  batalla.  Las  turbulentas  nubes  de  Mordor  se
      alejaban,  como  rechazadas,  con  los  bordes  hechos  jirones,  mientras  un  viento
      que soplaba desde el mundo de los vivos barría las emanaciones y las humaredas
      hacia la tierra tenebrosa de donde habían venido. Bajo las orlas del palio lúgubre,
      una  luz  tenue  se  filtraba  en  Mordor  como  un  amanecer  pálido  a  través  de  las
      ventanas sucias de una prisión.
        —¡Mire,  señor  Frodo!  —dijo  Sam.  ¡Mire!  El  viento  ha  cambiado.  Algo
      ocurre. No se va a salir del todo con la suya. Allá en el mundo la oscuridad se
      desvanece. ¡Me gustaría saber qué está pasando!
        Era la mañana del decimoquinto día de marzo, y en el Valle del Anduin el sol
      asomaba por encima de las sombras del este, y soplaba un viento del sudoeste.
      En los Campos del Pelennor, Théoden yacía moribundo.
        Mientras Frodo y Sam observaban inmóviles el horizonte, la cinta de luz se
      extendió  a  lo  largo  de  las  crestas  de  los  Ephel  Dúath;  y  de  pronto  una  forma
      rápida apareció en el oeste, al principio apenas una mancha negra en la franja
      luminosa de las cumbres, pero en seguida creció, y atravesando como una flecha
      el manto de oscuridad, pasó muy alto por encima de ellos. Al alejarse lanzó un
      chillido  agudo  y  penetrante:  la  voz  de  un  Nazgûl;  pero  este  grito  ya  no  los
      asustaba: era un grito de dolor y de espanto, malas nuevas para la Torre Oscura.
      La suerte del Señor de los Espectros del Anillo estaba echada.
        —¿Qué le dije? ¡Algo está ocurriendo! —gritó Sam—. « La guerra marcha
      bien» , dijo Shagrat; pero Gorbag no estaba tan seguro. Y también en eso tenía
      razón.  Parece  que  las  cosas  mejoran,  señor  Frodo.  ¿No  se  siente  más
      esperanzado ahora?
        —Bueno, no,  no  mucho,  Sam  —suspiró Frodo—.  Eso  está  ocurriendo muy
      lejos más allá de las montañas. Nosotros vamos hacia el Este, no hacia el Oeste.
      Y estoy tan cansado. Y el Anillo pesa tanto, Sam. Y empiezo a verlo en mi mente
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