Page 1028 - El Señor de los Anillos
P. 1028

dicho que el risco negro había sido hendido por un hacha enorme, corría un hilo
      de  agua:  acaso  los  últimos  vestigios  de  alguna  lluvia  dulce  recogida  en  mares
      soleados, pero con la triste suerte de ir a caer sobre los muros del País Tenebroso,
      y perderse luego en el polvo. Aquí brotaba de la roca en una pequeña cascada, y
      fluía a lo largo del camino, y girando hacia el sur huía entre las piedras muertas.
        Sam saltó hacia la cascada.
        —¡Si alguna vez vuelvo a ver a la Dama, se lo diré! —gritó—. ¡Luz, y ahora
      agua! —Se detuvo—. ¡Déjeme beber primero, señor Frodo! —dijo.
        —Está bien, pero hay sitio suficiente para dos.
        —No es eso —dijo Sam—. Quiero decir: si es venenosa, o si hay en ella algo
      malo que se manifieste en seguida; bueno, es preferible que sea yo y no usted,
      mi amo, si me entiende.
        —Te entiendo. Pero me parece que tendremos que confiar juntos en nuestra
      suerte, Sam, mala o buena. ¡De todos modos, ten cuidado, si está muy fría!
        El agua estaba fresca pero no helada, y tenía un sabor desagradable, a la vez
      amargo y untuoso, o por lo menos eso habrían opinado en la Comarca. Aquí, les
      pareció  maravillosa,  y  la  bebieron  sin  temor  ni  prudencia.  Bebieron  hasta
      saciarse, y Sam llenó la cantimplora. Después de esto Frodo se sintió mejor, y
      prosiguieron la marcha durante varias millas, hasta que un ensanchamiento del
      camino y la aparición de un muro tosco que lo flanqueaba, les advirtió que se
      estaban acercando a otra fortaleza orca.
        —Aquí  es  donde  cambiamos  de  rumbo,  Sam  —dijo  Frodo—.  Y  ahora
      tenemos que marchar hacia el este. —Miró las crestas sombrías del otro lado del
      valle,  y  suspiró—.  Apenas  me  quedan  fuerzas  para  buscar  algún  agujero  allá
      arriba. Y luego necesito descansar un poco.
      El  lecho  del  río  corría  un  poco  más  abajo  del  sendero.  Descendieron  hasta  él
      gateando,  y  comenzaron  a  atravesarlo.  Sorprendidos,  encontraron  charcos
      oscuros alimentados por hilos de agua que bajaban de algún manantial en lo alto
      del valle. Las cercanías de Mordor al pie de las montañas occidentales eran una
      tierra moribunda, pero aún no estaba muerta. Y aquí crecía alguna vegetación,
      áspera, retorcida, amarga, que trataba de sobrevivir. En las cañadas del Morgai,
      del otro lado del valle, se aferraban al suelo unos árboles bajos y achaparrados,
      matorrales  de  hierba  grises  luchaban  con  las  piedras,  y  líquenes  resecos  se
      enroscaban en los matorrales, y grandes marañas de zarzas retorcidas crecían
      por  doquier.  Algunas  tenían  largas  espinas  punzantes,  otras  púas  ganchudas  y
      afiladas  como  cuchillos.  Las  hojas  marchitas  y  arrugadas  del  último  verano
      colgaban crujiendo y crepitando en el aire triste, pero los brotes infestados de
      larvas  todavía  estaban  abriéndose.  Moscas,  pardas,  grises  o  negras,  marcadas
      como los orcos con una mancha roja que parecía un ojo, zumbaban y picaban; y
      sobre los brezales danzaban y giraban nubes de mosquitos hambrientos.
   1023   1024   1025   1026   1027   1028   1029   1030   1031   1032   1033