Page 1027 - El Señor de los Anillos
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todo el tiempo, una gran rueda de fuego.
        El optimismo de Sam decayó rápidamente. Miró ansioso a su amo, y le tomó
      la mano.
        —¡Vamos, señor Frodo! —dijo—. Conseguí una de las cosas que quería: un
      poco de luz. La suficiente para ayudarnos, y sin embargo sospecho que también
      es  peligrosa.  Trate  de  avanzar  un  poco  más,  y  luego  nos  echaremos  juntos  a
      descansar.  Pero  ahora  coma  un  bocado,  un  trocito  del  pan  de  los  elfos;  le
      reconfortará.
      Compartiendo una oblea de lembas, y masticándola lo mejor que pudieron con
      las bocas resecas, Frodo y Sam continuaron adelante. La luz, aunque apenas un
      crepúsculo  gris,  bastaba  para  que  vieran  alrededor:  estaban  ahora  en  lo  más
      profundo del valle entre las montañas. Descendía en una suave pendiente hacia el
      norte, y por el fondo corría el lecho seco y calcinado de un arroyo. Más allá del
      curso  pedregoso  vieron  un  sendero  trillado  que  serpeaba  al  pie  de  los  riscos
      occidentales. Si lo hubieran sabido, habrían podido llegar a él más rápidamente,
      pues  era  una  senda  que  se  desprendía  de  la  ruta  principal  a  Morgul  en  la
      cabecera occidental del puente y descendía por una larga escalera tallada en la
      roca hasta el fondo mismo del valle; y la utilizaban las patrullas o los mensajeros
      que  viajaban  a  los  puestos  y  fortalezas  menores  del  lejano  Norte,  entre  Cirith
      Ungol  y  los  desfiladeros  de  la  Garganta  de  Hierro,  las  mandíbulas  férreas  de
      Carach Angren.
        Era un sendero peligroso para los hobbits, pero el tiempo apremiaba, y Frodo
      no se sentía capaz de trepar y gatear entre los peñascos o en las hondonadas del
      Morgai.  Y  suponía  además  que  el  del  norte  era  el  camino  en  que  sus
      perseguidores menos esperarían encontrarlos. Sin duda comenzarían la búsqueda
      por el camino al este de la llanura, o por el paso que volvía hacia el oeste. Sólo
      cuando  estuvieran  bien  al  norte  de  la  Torre  se  proponía  cambiar  de  rumbo  y
      buscar  una  salida  hacia  el  este:  hacia  la  última  y  desesperada  etapa  de  aquel
      viaje. Cruzaron pues el lecho de piedras, y tomaron el sendero orco, y avanzaron
      por él durante un tiempo. Los riscos altos y salientes de la izquierda impedían que
      pudieran verlos desde arriba; pero el sendero tenía muchas curvas, y en cada
      recodo aferraban la empuñadura de la espada y avanzaban con cautela.
        La luz no aumentaba, porque el Orodruin continuaba vomitando una espesa
      humareda que subía cada vez más arriba, empujada por corrientes antagónicas,
      y al llegar a una región por encima de los vientos, se desplegaba en una bóveda
      inconmensurable, cuya columna central emergía de las sombras fuera de la vista
      de los hobbits. Habían caminado penosamente durante más de una hora, cuando
      un rumor hizo que se detuvieran: increíble, pero a la vez inconfundible. El susurro
      del agua. A la izquierda de una cañada tan pronunciada y estrecha que se hubiera
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