Page 1035 - El Señor de los Anillos
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norte  del  puente.  Aunque  todo  marchara  bien,  no  creo  que  llegáramos  a  la
      montaña en menos de una semana. Me temo, Sam, que la carga se hará muy
      pesada,  y  que  avanzaré  con  mayor  lentitud  a  medida  que  nos  vayamos
      acercando.
        Sam suspiró.
        —Eso es justamente lo que yo temía —dijo—. Y bien, por no mencionar el
      agua, tendremos que comer menos, señor Frodo, o de lo contrario movernos un
      poco más rápido, al menos mientras continuemos en este valle. Un bocado más,
      y se nos habrán acabado todas las provisiones, excepto el pan del camino de los
      elfos.
        —Trataré  de  caminar  un  poco  más  rápido,  Sam  —dijo  Frodo  respirando
      hondo—. ¡Adelante! ¡En marcha otra vez!
      Aún no había oscurecido por completo. Avanzaban penosamente, adentrándose
      en la noche. Las horas pasaban, y los hobbits caminaban fatigados dando traspiés,
      con uno que otro breve descanso. Al primer atisbo de luz gris bajo las orlas del
      palio  de  sombra  se  escondieron  otra  vez  en  una  cavidad  oscura  al  pie  de  una
      pared de roca. La luz aumentó poco a poco, en un cielo cada vez más límpido.
      Un viento fuerte del oeste arrastraba los vapores de Mordor en las capas altas del
      aire.  Al  poco  tiempo  los  hobbits  pudieron  ver  el  territorio  que  se  extendía
      alrededor. La hondonada entre las montañas y el Morgai se había ido estrechando
      paulatinamente a medida que ascendían, y el borde interior no era más que una
      cornisa en las caras escarpadas de los Ephel Dúath; pero en el este se precipitaba
      tan a pique como siempre hacia Gorgoroth. Delante de ellos, el lecho del arroyo
      se interrumpía en escalones de roca resquebrajada; pues de la cadena principal
      emergía bruscamente un espolón alto y árido, que se adelantaba hacia el este
      como  un  muro.  La  cadena  septentrional  gris  y  brumosa  de  los  Ered  Lithui
      extendía allí un largo brazo sobresaliente que se unía al espolón, y entre uno y
      otro extremo corría un valle estrecho: Carach Angren, la Garganta de Hierro,
      que más allá se abría en el valle profundo de Udûn. En esa llanura detrás del
      Morannos se escondían los túneles y arsenales subterráneos construidos por los
      servidores de Mordor como defensas de la Puerta Negra; y allí el Señor Oscuro
      estaba reuniendo de prisa unos ejércitos poderosos para enfrentar a los Capitanes
      del  Oeste.  Sobre  los  espolones  habían  construido  fuertes  y  torres,  y  ardían  los
      fuegos de guardia; y a todo lo largo de la garganta habían erigido una pared de
      adobe, y cavado una profunda trinchera atravesada por un solo puente.
        Algunas  millas  más  al  norte,  en  el  ángulo  en  que  el  espolón  del  oeste  se
      desprendía  de  la  cadena  principal,  se  levantaba  el  viejo  castillo  de  Durthang,
      convertido  ahora  en  una  de  las  numerosas  fortalezas  orcas  que  se  apiñaban
      alrededor  del  valle  de  Udûn.  Y  desde  él,  visible  ya  a  la  luz  creciente  de  la
      mañana, un camino descendía serpenteando, hasta que a sólo una milla o dos de
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