Page 1055 - El Señor de los Anillos
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Dio  media  vuelta,  y  lento  pero  erguido  echó  a  andar  por  el  sendero
      ascendente.

      —¡Ahora! —dijo Sam—. ¡Por fin puedo arreglar cuentas contigo! —Saltó hacia
      delante, con la espada pronta para la batalla. Pero Gollum no reaccionó. Se dejó
      caer en el suelo cuan largo era, y se puso a lloriquear.
        —No mates a nosssotros —gimió—. No lassstimes a nosssotros con el horrible
      y  cruel  acero.  ¡Déjanosss  vivir,  sssí,  déjanosss  vivir  sólo  un  poquito  más!
      ¡Perdidos  perdidos!  Essstamos  perdidos.  Y  cuando  el  Tesssoro  desaparezca,
      nosssotros  moriremos,  sssí,  moriremos  en  el  polvo.  —Con  los  largos  dedos
      descarnados manoteó un puñado de cenizas—. ¡Sssí! —siseó—, ¡en el polvo!
        La  mano  de  Sam  titubeó.  Ardía  de  cólera,  recordando  pasadas  felonías.
      Matar a aquella criatura pérfida y asesina sería justo: se lo había merecido mil
      veces; y además, parecía ser la única solución segura. Pero en lo profundo del
      corazón,  algo  retenía  a  Sam:  no  podía  herir  de  muerte  a  aquel  ser  desvalido,
      deshecho, miserable que yacía en el polvo. Él, Sam, había llevado el Anillo, sólo
      por poco tiempo, pero ahora imaginaba oscuramente la agonía del desdichado
      Gollum,  esclavizado  al  Anillo  en  cuerpo  y  alma,  abatido,  incapaz  de  volver  a
      conocer en la vida paz y sosiego. Pero Sam no tenía palabras para expresar lo
      que sentía.
        —¡Maldita criatura pestilente! —dijo—. ¡Vete de aquí! ¡Lárgate! No me fío
      de ti, no, mientras te tenga lo bastante cerca como para darte un puntapié; pero
      lárgate. De lo contrario te lastimaré, sí, con el horrible y cruel acero.
        Gollum se levantó en cuatro patas y retrocedió varios pasos, y de improviso,
      en el momento en que Sam amenazaba un puntapié, dio media vuelta y echó a
      correr sendero abajo. Sam no se ocupó más de él. De pronto se había acordado
      de Frodo. Escudriñó la cuesta y no alcanzó a verlo. Corrió arriba, trepando. Si
      hubiera mirado para atrás, habría visto a Gollum que un poco más abajo daba
      otra vez media vuelta, y con una luz de locura salvaje en los ojos, se arrastraba
      veloz pero cauto, detrás de Sam: una sombra furtiva entre las piedras.
      El sendero continuaba en ascenso. Un poco más adelante describía una nueva
      curva, y luego de un último tramo hacia el este, entraba en un saliente tallado en
      la cara del cono, y llegaba a una puerta sombría en el flanco de la montaña, la
      Puerta de los Sammath Naur. Subiendo ahora hacia el sur a través de la bruma y
      la humareda, el sol ardía amenazante, un disco borroso de un rojo casi lívido; y
      Mordor  yacía  como  una  tierra  muerta  alrededor  de  la  Montaña,  silencioso,
      envuelto en sombras, a la espera de algún golpe terrible.
        Sam  fue  hasta  la  boca  de  la  cavidad  y  se  asomó  a  escudriñar.  Estaba  a
      oscuras y exhalaba calor, y un rumor profundo vibraba en el aire.
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