Page 198 - El Señor de los Anillos
P. 198
11
Un cuchillo en la oscuridad
M ientras en la posada de Bree se preparaban a dormir, las tinieblas se
extendían en Los Gamos: una niebla se movía por las cañadas y las orillas del río.
La casa de Cricava se alzaba envuelta en silencio. Gordo Bolger abrió la puerta
con precaución y miró afuera. Una inquietud temerosa había estado creciendo
en él a lo largo del día y ahora no tenía ganas de descansar ni de irse a la cama:
había como una amenaza latente en el aire inmóvil de la noche. Mientras clavaba
los ojos en la oscuridad, una sombra negra se escurrió bajo los árboles; la puerta
pareció abrirse por sus propios medios y cerrarse sin ruido. Gordo Bolger sintió
que el terror lo dominaba. Se encogió, retrocedió y se quedó un momento en el
vestíbulo, temblando. Luego cerró la puerta y echó el cerrojo.
La noche se hizo más profunda. Se oyó entonces un sonido de cascos: traían
un caballo furtivamente por la senda. Las pisadas se detuvieron a la puerta del
jardín y tres formas negras entraron como sombras nocturnas arrastrándose por
el suelo. Una de ellas fue a la puerta; las otras dos a los extremos de la casa y allí
se quedaron, inmóviles como sombras de piedras, mientras proseguía la noche
lentamente. La casa y los árboles silenciosos parecían esperar conteniendo el
aliento.
Hubo una leve agitación en las hojas y a la distancia cantó un gallo. Era la
hora fría que precede al alba. La figura que estaba junto a la puerta se movió de
pronto y en la oscuridad sin luna y sin estrellas brilló una hoja de metal, como si
hubiesen desenvainado una luz helada. Se oyó un golpe, sordo pero pesado, y la
puerta se estremeció.
—¡Abre, en nombre de Mordor! —dijo una voz atiplada y amenazadora.
Otro golpe y las maderas estallaron y la cerradura saltó en pedazos y la
puerta cedió y cayó hacia atrás. Las formas negras entraron precipitadamente.
En ese momento, entre los árboles cercanos, sonó un cuerno. Desgarró la
noche como un fuego en lo alto de una loma.
¡DESPERTAD! ¡FUEGO! ¡PELIGRO!
¡ENEMIGOS! ¡DESPERTAD!
Gordo Bolger no había estado inactivo. Tan pronto como vio que las formas
oscuras venían arrastrándose por el jardín, supo que tenía que correr, o morir. Y
corrió, saliendo por la puerta de atrás, a través del jardín y por los campos.
Cuando llegó a la casa más cercana, a más de una milla, se derrumbó en el
umbral, gritando:
—¡No, no, no! ¡No, no yo! ¡No lo tengo!
Pasó un tiempo antes que alguien pudiera entender los balbuceos de Bolger.
Al fin llegaron a la conclusión de que había enemigos en Los Gamos, una extraña