Page 203 - El Señor de los Anillos
P. 203

taimados, que en seguida desapareció. « ¡De modo que es aquí donde se esconde
      ese sureño!»  pensó. « Se parece bastante a un trasgo.»
        Por  encima  del  seto,  otro  hombre  los  observaba  descaradamente.  Tenía
      espesas cejas negras y ojos oscuros y despreciativos y boca grande, torcida en
      una mueca de desdén. Fumaba una corta pipa negra. Cuando ellos se acercaron,
      se la sacó de la boca y escupió.
        —¡Buen  día,  Patas  Largas!  —dijo—.  ¿Partida  matinal?  ¿Al  fin  encontraste
      unos amigos?
        Trancos asintió con un movimiento de cabeza, pero no dijo nada.
        —¡Buen día, mis pequeños amigos! —dijo el hombre a los otros—. Supongo
      que  ya  saben  con  quién  se  han  juntado.  ¡Don  Trancos-sin-escrúpulos,  ése  es!
      Aunque he oído otros apodos no tan bonitos. ¡Tengan cuidado, esta noche! ¡Y tú,
      Sammy, no maltrates a mi pobre y viejo poney! ¡Puf!
        El hombre escupió de nuevo. Sam se volvió.
        —Y tú, Helechal —dijo—, quita esa horrible facha de mi vista si no quieres
      que te la aplaste.
        Con un movimiento repentino, rápido como un relámpago, una manzana salió
      de  la  mano  de  Sam  y  golpeó  a  Bill  en  plena  nariz.  Bill  se  echó  a  un  lado
      demasiado tarde y detrás de la cerca se oyeron unos juramentos.
        —Lástima  de  manzana  —se  lamentó  Sam  y  siguió  caminando  a  grandes
      pasos.
      Por último dejaron atrás la aldea. La escolta de niños y vagabundos que venía
      siguiéndolos se cansó y dio media vuelta en la Puerta del Sur. Ellos continuaron
      por  la  calzada  durante  algunas  millas.  El  camino  torcía  ahora  a  la  izquierda,
      volviéndose  hacia  el  este  mientras  rodeaba  la  Colina  de  Bree  y  descendiendo
      luego  rápidamente  hacia  una  zona  boscosa.  Alcanzaban  a  ver  a  la  izquierda
      algunos agujeros de hobbits y casas de la villa de Entibo en las faldas más suaves
      del  sudeste  de  la  loma.  Allá  abajo,  en  lo  profundo  de  un  valle,  al  norte  del
      camino,  se  elevaban  unas  cintas  de  humo;  era  la  aldea  de  Combe.  Archet  se
      ocultaba entre los árboles, más lejos.
        Camino abajo, luego de haber dejado atrás la Colina de Bree, alta y parda,
      llegaron a un sendero estrecho que llevaba al norte.
        —Aquí  es  donde  dejaremos  el  camino  abierto  y  tomaremos  el  camino
      encubierto —dijo Trancos.
        —Que no sea un atajo —dijo Pippin—. Nuestro último atajo por los bosques
      casi termina en un desastre.
        —Ah, pero todavía no me teníais con vosotros —dijo Trancos riendo—. Mis
      atajos, largos o cortos, nunca terminan mal.
        Echó una mirada al camino, de uno a otro extremo. No había nadie a la vista
      y los guió rápidamente hacia el valle boscoso.
   198   199   200   201   202   203   204   205   206   207   208