Page 199 - El Señor de los Anillos
P. 199

invasión que venía del Bosque Viejo. Y no perdieron más tiempo.
                 ¡PELIGRO! ¡FUEGO! ¡ENEMIGOS!
        Los Brandigamo estaban tocando el cuerno de llamada de Los Gamos, que no
      había  sonado  desde  hacía  un  siglo,  desde  el  Invierno  Cruel  cuando  habían
      aparecido los lobos blancos y las aguas del Brandivino estaban heladas.
                  ¡DESPERTAD! ¡DESPERTAD!
        Otros cuernos respondieron a lo lejos. La alarma cundía rápidamente.
        Las figuras negras escaparon de la casa. Una de ellas, mientras corría, dejó
      caer en el umbral un manto de hobbit. Afuera en el sendero se oyó un ruido de
      cascos  y  en  seguida  un  galope  que  se  alejó  martillando  las  tinieblas.  Todo
      alrededor de Cricava resonaba la llamada de los cuernos, voces que gritaban y
      pies  que  corrían.  Pero  los  Jinetes  Negros  galopaban  como  un  viento  hacia  la
      Puerta  del  Norte.  ¡Dejad  que  la  Gente  Pequeña  toque  los  cuernos!  Sauron  se
      encargaría  de  ellos  más  tarde.  Mientras  tanto  tenían  otra  misión  que  cumplir:
      ahora  sabían  que  la  casa  estaba  vacía  y  que  el  Anillo  había  desaparecido.
      Cargaron sobre los guardias de la puerta y desaparecieron de la Comarca.
      En  las  primeras  horas  de  la  noche,  Frodo  despertó  de  pronto  de  un  sueño
      profundo, como perturbado por algún ruido o alguna presencia. Vio que Trancos
      seguía sentado y alerta en el sillón, los ojos brillantes a la luz del fuego, que ardía
      vivamente. Pero Trancos no se movió ni le hizo ninguna seña.
        Frodo no tardó en dormirse de nuevo y esta vez creyó oír un ruido de viento y
      de cascos que galopaban en la noche. El viento parecía rodear la casa y sacudirla
      y a lo lejos sonó un cuerno, que tocaba furiosamente. Abrió los ojos y oyó el
      canto vigoroso de un gallo en el corral. Trancos había descorrido las cortinas y
      ahora  empujaba  ruidosamente  los  postigos.  Las  primeras  luces  grises  del  alba
      iluminaban el cuarto y un viento frío entraba por la ventana abierta.
        Luego de haberlos despertado a todos, Trancos los llevó a la alcoba. Cuando
      la vieron, se alegraron de haberle hecho caso; habían forzado los postigos, que
      batían  al  viento;  las  cortinas  ondeaban;  las  camas  estaban  todas  revueltas,  las
      almohadas abiertas de arriba abajo y tiradas en el suelo y habían hecho pedazos
      el felpudo.
        Trancos  fue  a  buscar  en  seguida  al  posadero.  El  pobre  señor  Mantecona
      parecía soñoliento y asustado. Apenas había cerrado los ojos en toda la noche
      (así dijo), pero no había oído nada.
        —¡Nunca  me  ocurrió  una  cosa  semejante!  —gritó  alzando  horrorizado  las
      manos—.  ¡Huéspedes  que  no  pueden  dormir  en  cama  y  buenas  almohadas
   194   195   196   197   198   199   200   201   202   203   204