Page 207 - El Señor de los Anillos
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y acamparon allí. Era la noche del cinco de octubre y estaban a seis días de
Bree.
A la mañana siguiente y por vez primera desde que habían dejado el Bosque de
Chet, descubrieron un sendero claramente trazado. Doblaron a la derecha y lo
siguieron hacia el sur. El sendero corría de tal modo que parecía ocultarse a las
miradas de cualquiera que se encontrara en las cimas vecinas o en las llanuras
del oeste. Se hundía en los valles y bordeaba las estribaciones escarpadas y
cuando cruzaba terrenos más llanos y descubiertos tenía a los lados hileras de
peñascos y piedras cortadas que ocultaban a los viajeros casi como una cerca.
—Me pregunto quién hizo esta senda y para qué —dijo Merry, mientras
marchaban por una de estas avenidas, bordeada de piedras de tamaño insólito,
apretadas unas contra otras—. No estoy seguro de que me guste. Me recuerda
demasiado la región de los Túmulos. ¿Hay túmulos en la Cima de los Vientos?
—No. No hay túmulos en la Cima de los Vientos, ni en ninguna de estas
alturas —dijo Trancos—. Los Hombres del Oeste no vivían aquí, aunque en sus
últimos días defendieron un tiempo estas colinas contra el mal que venía de
Angmar. Este camino abastecía los fuertes a lo largo de los muros. Pero mucho
antes, en los primeros tiempos del Reino del Norte, edificaron una torre de
observación en lo más alto de la Cima de los Vientos y la llamaron Amon Sul.
Fue incendiada y demolida y nada queda de ella excepto un círculo de piedras
desparramadas, como una tosca corona en la cabeza de la vieja colina. Sin
embargo, en un tiempo fue alta y hermosa. Se dice que Elendil subió allí a
observar la llegada de Gil-galad que venía del Oeste, en los días de la Ultima
Alianza.
Los hobbits observaron a Trancos. Parecía muy versado en tradiciones
antiguas, tanto como en los modos de vida del desierto.
—¿Quién era Gil-galad? —preguntó Merry, pero Trancos no respondió, como
perdido en sus propios pensamientos.
De pronto una voz baja murmuró:
Gil-galad era un rey de los elfos;
los trovadores lamentaban la suerte
del último reino libre y hermoso
entre las montañas y el océano.
La espada del rey era larga y afilada la lanza,
y el casco brillante se veía de lejos;
y en el escudo de plata se reflejaban
los astros innumerables de los campos del cielo.
Pero hace mucho tiempo se alejó a caballo,