Page 206 - El Señor de los Anillos
P. 206
pájaros y bestias de esta región que podrían vernos aquí desde esa cima. No
todos los pájaros son de fiar y hay otros espías todavía más malévolos. Los
hobbits miraron con inquietud las colinas distantes. Sam alzó los ojos al cielo
pálido, temiendo ver allá arriba halcones o águilas de ojos brillantes y hostiles.
—¡No me inquiete usted, señor Trancos! —dijo.
—¿Qué nos aconsejas? —preguntó Frodo.
—Pienso —respondió Trancos lentamente, como si no estuviera del todo
seguro—, pienso que lo mejor sería ir hacia el este en línea recta, todo lo posible
y llegar así a las colinas evitando la Cima de los Vientos. Allí encontraremos un
sendero que conozco y que corre al pie de la Cima y que nos acercará desde el
norte de un modo más encubierto. Veremos entonces lo que podemos ver.
Marcharon toda la jornada hasta que cayó la noche, fría y temprana. La
tierra se hizo más seca y más árida, pero detrás de ellos flotaban unas nieblas y
vapores sobre los pantanos. Unos pocos pájaros melancólicos piaron y se
lamentaron hasta que el redondo sol rojo se hundió lentamente en las sombras
occidentales; luego siguió un silencio vacío. Los hobbits recordaron la luz dulce
del sol poniente que entraba por las alegres ventanas de Bolsón Cerrado allá lejos.
Terminaba el día cuando llegaron a un arroyo que descendía serpenteando
desde las lomas y se perdía en las aguas estancadas y lo siguieron aguas arriba
mientras hubo luz. Ya era de noche cuando al fin se detuvieron acampando bajo
unos alisos achaparrados a orillas del arroyo. Las márgenes desnudas de las
colinas se alzaban ahora contra el cielo oscuro. Aquella noche montaron guardia
y Trancos, pareció, no cerró los ojos. Había luna creciente y en las primeras
horas de la noche una luz fría y gris se extendió sobre el campo.
A la mañana siguiente se pusieron en marcha poco antes de la salida del sol.
Había una escarcha en el aire y el cielo era de un pálido color azul. Los hobbits
se sentían renovados, como si hubieran dormido toda la noche. Estaban ya
acostumbrándose a caminar mucho con la ayuda de raciones escasas, más
escasas al menos de las que allá en la Comarca hubiesen considerado apenas
suficientes para mantener a un hobbit en pie. Pippin declaró que Frodo parecía
alto como dos hobbits.
—Muy raro —dijo Frodo, apretándose el cinturón—, teniendo en cuenta que
hay bastante menos de mí. Espero que el proceso de adelgazamiento no continúe
de modo indefinido, o me convertiré en un espectro.
—¡No hables de esas cosas! —dijo Trancos rápidamente y con una seriedad
que sorprendió a todos. Las colinas estaban más cerca. Eran una cadena
ondulante, que se elevaba a menudo a más de trescientas yardas, cayendo aquí y
allá en gargantas a pasos bajos que llevaban a las tierras del este. A lo largo de la
cresta de la cadena los hobbits alcanzaron a ver los restos de unos muros y
calzadas cubiertas de pastos y en las gargantas se alzaban aún las ruinas de unos
edificios de piedra. A la noche habían alcanzado el pie de las pendientes del oeste