Page 210 - El Señor de los Anillos
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extraña y las gentes se alegran de llegar a destino, tarde o temprano. Pero sé
      cuánto me llevaría a mí, a pie, con tiempo bueno y sin contratiempos: doce días
      desde aquí al Vado de Bruinen, donde el camino cruza el Sonorona que nace en
      Rivendel. Nos esperan por lo menos dos semanas de marcha, pues no creo que
      nos convenga tomar el camino.
        —¡Dos  semanas!  —dijo  Frodo—.  Pueden  ocurrir  muchas  cosas  en  ese
      tiempo.
        —Así es —dijo Trancos.
        Permanecieron un momento en silencio, junto al borde sur de la cima. En
      aquel sitio solitario Frodo tuvo conciencia por primera vez del desamparo en que
      se encontraba y de los peligros a que estaba expuesto. Deseó con ardor que el
      destino  le  hubiera  permitido  quedarse  en  la  Comarca  apacible  y  bienamada.
      Observó desde lo alto el odioso camino, que llevaba de vuelta al oeste, hacia el
      hogar. De pronto advirtió que dos puntos negros se movían allí lentamente, en el
      oeste, y mirando de nuevo vio que otros tres avanzaban en sentido contrario. Dio
      un grito y apretó el brazo de Trancos.
        —Mira —dijo, apuntando hacia abajo.
        Trancos  se  arrojó  inmediatamente  al  suelo  detrás  del  círculo  de  ruinas,
      tirando de Frodo. Merry se echó junto a ellos.
        —¿Qué es eso? —preguntó en voz baja.
        —No sé —dijo Trancos—, pero temo lo peor.
        Se arrastraron de nuevo lentamente hasta el borde del anillo y miraron por un
      intersticio entre dos piedras dentadas. La luz ya no era brillante, pues la claridad
      de  la  mañana  se  había  desvanecido  y  unas  nubes  que  venían  del  este  cubrían
      ahora el sol, que comenzaba a declinar. Todos veían los puntos negros, pero Frodo
      y Merry no distinguían ninguna forma; aunque algo les decía sin embargo que
      allí abajo, muy lejos, los Jinetes Negros estaban reuniéndose en el camino, más
      allá de las estribaciones de la colina.
        —Sí —dijo Trancos, que tenía ojos penetrantes y para quien no había ninguna
      duda—. ¡El enemigo está aquí!
        Arrastrándose  por  el  flanco  sur  de  la  colina,  descendieron  rápidamente  a
      reunirse con los otros.
      Sam y Peregrin no habían perdido el tiempo y habían explorado la cañada y las
      pendientes vecinas. No muy lejos, en el flanco mismo de la colina, encontraron
      un manantial de agua clara y al lado unas huellas de pisadas que no tenían más
      de un día o dos. En la cañada misma había señales de un fuego reciente y otros
      signos que indicaban un campamento apresurado. Había algunas piedras caídas
      al  borde  de  la  cadena,  en  el  flanco  de  la  colina.  Detrás  de  esas  piedras  Sam
      tropezó con una ordenada pila de leña.
        —Me pregunto si el viejo Gandalf estuvo aquí —le dijo a Pippin—. Quien
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