Page 214 - El Señor de los Anillos
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con una luz de estrellas en los cabellos
       y en las vestiduras brillantes.
       Allí llegó Beren desde los montes fríos
       y anduvo extraviado entre las hojas
       y donde rodaba el Río de los Elfos,
       iba afligido a solas.
       Espió entre las hojas del abeto
       y vio maravillado unas flores de oro
       sobre el manto y las mangas de la joven,
       y el cabello la seguía como una sombra.
       El encantamiento le reanimó los pies
       condenados a errar por las colinas
       y se precipitó, vigoroso y rápido,
       a alcanzar los rayos de la luna.
       Entre los bosques del país de los elfos
       ella huyó levemente con pies que bailaban
       y lo dejó a solas errando todavía
       escuchando en la floresta callada.
       Allí escuchó a menudo el sonido volante
       de los pies tan ligeros como hojas de tilo
       o la música que fluye bajo tierra
       y gorjea en huecos ocultos.
       Ahora yacen marchitas las hojas del abeto
       y una por una suspirando
       caen las hojas de las hayas
       oscilando en el bosque de invierno.
       La siguió siempre, caminando muy lejos;
       las hojas de los años eran una alfombra espesa,
       a la luz de la luna y a los rayos de las estrellas
       que temblaban en los cielos helados.
       El manto de la joven brillaba a la luz de la luna
       mientras allá muy lejos en la cima
       ella bailaba, llevando alrededor de los pies
       una bruma de plata estremecida.
       Cuando el invierno hubo pasado, ella volvió,
       y como una alondra que sube y una lluvia que cae
       y un agua que se funde en burbujas
       su canto liberó la repentina primavera.
       El vio brotar las flores de los elfos
       a los pies de la joven, y curado otra vez
       esperó que ella bailara y cantara
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