Page 216 - El Señor de los Anillos
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bailaba en un claro junto al Esgalduin, el río encantado; y la llamó Tinúviel, es
      decir  Ruiseñor  en  lengua  antigua.  Muchas  penas  cayeron  sobre  ellos  desde
      entonces  y  estuvieron  mucho  tiempo  separados.  Tinúviel  libró  a  Beren  de  los
      calabozos de Sauron y juntos pasaron por grandes riesgos y hasta arrebataron el
      trono  al  Gran  Enemigo  y  le  sacaron  de  la  corona  de  hierro  uno  de  los  tres
      Silmarils,  la  más  brillante  de  todas  las  joyas,  y  que  fue  regalo  de  bodas  para
      Lúthien, de su padre Thingol. Al fin el Lobo, que vino de las puertas de Angband,
      mató a Beren que murió en brazos de Tinúviel. Pero ella eligió la mortalidad y
      morir para el mundo, para así poder seguirlo, y aún se canta que se encontraron
      más allá de los Mares que Separan y que luego de haber marchado un tiempo
      vivos otra vez por los bosques verdes, se alejaron juntos, hace muchos años, más
      allá de los confines de este mundo. Así es que Lúthien murió realmente y dejó el
      mundo, sólo ella de toda la raza élfica, y así perdieron lo que más amaban. Pero
      por ella la línea de los antiguos señores elfos descendió entre los hombres. Viven
      todavía, aquellos de quienes Lúthien fue la antecesora y se dice que esta raza no
      se extinguirá nunca. Elrond de Rivendel pertenece a esa especie. Pues de Beren
      y Lúthien nació el heredero de Dior Thingol; y de él, Elwing la Blanca, que se
      casó con Eärendil, quien navegó más allá de las nieblas del mundo internándose
      en  los  mares  del  cielo,  llevando  el  Silmaril  en  la  frente.  Y  de  Eärendil
      descendieron los Reyes de Númenor, es decir Oesternesse.
        Mientras  Trancos  hablaba,  los  hobbits  le  observaban  la  cara  extraña  y
      vehemente, apenas iluminada por el rojo resplandor de la hoguera. Le brillaban
      los ojos y la voz era cálida y profunda. Por encima de él se extendía un cielo
      negro  y  estrellado.  De  pronto  una  luz  pálida  apareció  sobre  la  Cima  de  los
      Vientos,  detrás  de  Trancos.  La  luna  creciente  subía  poco  a  poco  y  la  colina
      echaba sombra y las estrellas se desvanecieron en lo alto.
        El cuento había concluido. Los hobbits se movieron y estiraron.
        —Mirad —dijo Merry—. La luna sube. Está haciéndose tarde.
        Los  otros  alzaron  los  ojos.  En  ese  momento  vieron  una  silueta  pequeña  y
      sombría, que se recortaba a la luz de la luna, sobre la cima del monte. Quizá no
      era más que una piedra grande o una saliente de roca visible a la luz pálida.
        Sam y Merry se pusieron de pie y se alejaron de la hoguera. Frodo y Pippin
      se quedaron sentados y en silencio. Trancos observaba atentamente la luz de la
      luna sobre la colina. Todo parecía tranquilo y silencioso, pero Frodo sintió que un
      miedo frío le invadía el corazón, ahora que Trancos ya no hablaba. Se acurrucó
      acercándose al fuego. En ese momento Sam volvió corriendo desde el borde de
      la cañada.
        —No  sé  qué  es  —dijo—,  pero  de  pronto  sentí  miedo.  No  saldría  de  este
      agujero por todo el oro del mundo. Sentí que algo trepaba arrastrándose por la
      pendiente.
        —¿No viste nada? —preguntó Frodo incorporándose de un salto.
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