Page 221 - El Señor de los Anillos
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                     Huyendo hacia el vado
      C uando  Frodo  volvió  en  sí,  aún  aferraba  desesperadamente  el  Anillo.  Estaba
      tendido  junto  al  fuego,  que  había  sido  alimentado  y  ardía  ahora  con  una  luz
      brillante. Los tres hobbits se inclinaban sobre él.
        —¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está el rey pálido? —preguntó Frodo, aturdido.
        Los  otros  estaban  tan  contentos  de  oírlo  hablar  que  no  le  contestaron  en
      seguida y no entendieron qué les preguntaba. Al fin Frodo supo por Sam que no
      habían visto otra cosa que unas formas confusas y sombrías que venían hacia
      ellos. De pronto, horrorizado, Sam había advertido la desaparición de Frodo, y en
      ese momento una sombra negra pasó precipitadamente, muy cerca, y él cayó al
      suelo.  Oía  la  voz  de  Frodo,  pero  parecía  venir  de  muy  lejos,  o  de  las
      profundidades de la tierra, gritando palabras extrañas. No habían visto más, hasta
      que tropezaron con Frodo, que yacía como muerto, la cara apretada contra la
      hierba, la espada debajo del cuerpo. Trancos les ordenó que lo levantaran y lo
      acostaran junto a las llamas y poco después desapareció. Desde entonces había
      pasado un buen rato.
        Sam,  evidentemente,  comenzaba  a  tener  nuevas  dudas  a  propósito  de
      Trancos, pero mientras hablaba el montaraz reapareció de pronto, saliendo de las
      sombras. Los hobbits se sobresaltaron y Sam desenvainó la espada y cubrió a
      Frodo, pero Trancos se agachó rápidamente junto a él.
        —No soy un Jinete Negro, Sam —dijo gentilmente—, ni estoy ligado a ellos.
      He estado tratando de descubrir dónde se han metido, pero sin resultado alguno.
      No alcanzo a entender por qué se han ido y no han vuelto a atacarnos. Pero no
      hay señales de que anden cerca.
        Cuando oyó lo que Frodo tenía que decirle, se mostró de veras preocupado, y
      movió la cabeza y suspiró. Luego les ordenó a Pippin y Merry que calentaran la
      mayor cantidad de agua que fuera posible en las pequeñas marmitas y que le
      lavaran la herida.
        —¡Mantened el fuego encendido y cuidad de que Frodo no se enfríe! —dijo.
      Luego  se  incorporó  y  se  alejó,  llamando  a  Sam—.  Creo  que  ahora  entiendo
      mejor —dijo en voz baja—. Parece que los enemigos eran sólo cinco. Por qué
      no estaban todos aquí, no lo sé, pero no creo que esperaran encontrar resistencia.
      Por el momento se han retirado, aunque temo que no muy lejos. Regresarán otra
      noche, si no logramos huir. Ahora se contentan con esperar, pues piensan que ya
      casi  han  conseguido  lo  que  desean  y  que  el  Anillo  no  podrá  escapárseles.  Me
      temo,  Sam,  que  imaginan  que  tu  amo  ha  recibido  una  herida  mortal,  que  lo
      someterá a lo que ellos decidan. ¡Ya veremos!
        Sam sintió que el llanto lo sofocaba.
        —¡No desesperes! —dijo Trancos—. Confía en mí ahora. Tu Frodo es de una
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