Page 222 - El Señor de los Anillos
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pasta más firme de lo que yo pensaba, aunque Gandalf ya me lo había insinuado.
No está muerto y creo que resistirá el poder maligno de la herida mucho más de
lo que sus enemigos suponen. Haré todo lo que esté a mi alcance para ayudarlo y
curarlo. ¡Cuídalo bien en mi ausencia!
Se volvió rápidamente desapareciendo de nuevo entre las sombras.
Frodo dormitaba, aunque el dolor que le causaba la herida no dejaba de
aumentar y un frío mortal se le extendía desde el hombro hasta el brazo y el
costado. Los tres hobbits lo cuidaban, calentándolo y lavándole la herida. La
noche pasó lenta y tediosa. El alba crecía en el cielo y una luz gris invadía la
cañada, cuando Trancos volvió al fin.
—¡Mirad! —gritó, e inclinándose levantó del suelo una túnica negra que había
quedado allí oculta en la oscuridad. Había un desgarrón en la tela, un poco por
encima del borde inferior—. La marca de la espada de Frodo —dijo—. El único
daño que le causó al enemigo, temo, pues es invulnerable y las espadas que
traspasan a ese rey terrible caen destruidas. Más mortal para él fue el nombre de
Elbereth. ¡Y más mortal para Frodo fue esto!
Se agachó de nuevo y tomó un cuchillo largo y delgado. La hoja tenía un
brillo frío. Cuando Trancos lo levantó vieron que el borde del extremo estaba
mellado y la punta rota. Pero mientras aún lo sostenía a la luz creciente,
observaron asombrados que la hoja parecía fundirse y que se desvanecía en el
aire como una humareda, no dejando más que la empuñadura en la mano de
Trancos.
—¡Ay! —gritó—. Fue este maldito puñal el que ha infligido la herida. Pocos
tienen ahora el poder de curar el daño causado por armas tan maléficas. Pero
haré todo lo que esté a mi alcance.
Se sentó en el suelo y tomando la empuñadura del arma se la puso en las
rodillas y le cantó una lenta canción en una lengua extraña. En seguida,
poniéndola a un lado, se volvió a Frodo y pronunció en voz baja unas palabras
que los otros no llegaron a entender. Del saco pequeño que llevaba a la cintura
extrajo las hojas largas de una planta.
—Estas hojas —dijo— caminé mucho para encontrarlas, pues la planta no
crece en las lomas desnudas, sino entre los matorrales de allá lejos al sur del
camino; las encontré en la oscuridad por el olor. —Estrujó entre los dedos una
hoja, que difundió una fragancia dulce y fuerte—. Fue una suerte que la haya
encontrado, pues es una planta medicinal que los Hombres del Oeste trajeron a la
Tierra Media. Athelas la llamaron y ahora sólo crece en los sitios donde ellos
acamparon o vivieron hace tiempo; y no se la conoce en el norte excepto por
aquellos que frecuentan las tierras salvajes. Tiene grandes virtudes curativas,
pero en una herida semejante quizá sean insuficientes.
Trancos echó las hojas en el agua hirviente y le lavó el hombro a Frodo. El