Page 227 - El Señor de los Anillos
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encontrar un modo de volver al sur. Si seguimos en esta dirección llegaremos a
los Valles de Etten, muy al norte de Rivendel. Esta es una región de trolls, que
conozco poco. Quizás encontráramos un modo de atravesarla y de alcanzar
Rivendel desde el norte; pero nos llevaría demasiado tiempo, pues no conozco el
país y se nos acabarían las provisiones. De un modo o de otro tenemos que
encontrar el Vado del Bruinen.
Pasaron el resto del día arrastrándose sobre pies y manos por un terreno
rocoso. Al fin, luego de cruzar un pasaje estrecho entre dos lomas, encontraron
un valle que corría hacia el sudeste, la dirección que deseaban tomar; pero
cuando el día ya terminaba vieron que una cadena de tierras altas les cerraba de
nuevo el paso: el borde oscuro se recortaba contra el cielo como los dientes
mellados de una sierra. Tenían que elegir entre volverse o escalar la cadena de
lomas.
Decidieron intentar la ascensión, lo que fue demasiado difícil. Frodo no tardó
en tener que desmontar y seguir a pie. Aun así pensaron a menudo que no
conseguirían que el poney subiera, o que ellos mismos encontraran algo parecido
a un sendero, cargados como estaban. Casi no había luz y se sentían agotados
cuando al fin llegaron arriba. Estaban ahora en un paso estrecho entre dos
elevaciones y poco más allá el terreno descendía de nuevo abruptamente. Frodo
se arrojó al suelo y allí se quedó temblando de pies a cabeza. No podía mover el
brazo izquierdo y tenía la impresión de que unas garras de hielo le apretaban el
costado y el hombro. Los árboles y rocas de alrededor parecían sombríos e
indistintos.
—No podemos seguir así —le dijo Merry a Trancos—. Temo que el esfuerzo
haya sido excesivo para Frodo. Me inquieta de veras. ¿Qué vamos a hacer?
¿Piensas que podrían curarlo en Rivendel, si es que llegamos allí?
—Quizá —respondió Trancos—. No hay nada más que yo pueda hacer en el
desierto y es esa herida precisamente lo que me impulsa a que forcemos la
marcha. Pero reconozco que esta noche no podemos ir más lejos.
—¿Qué le ocurre a mi amo? —preguntó Sam en voz baja, mirando a Trancos
con aire suplicante—. La herida es pequeña y está casi cerrada. No se le ve más
que una cicatriz blanca y fría en el hombro.
—Frodo ha sido alcanzado por las armas del enemigo —dijo Trancos—, y
hay algún veneno o mal que está actuando en él y que mi arte no alcanza a
eliminar. ¡Pero no pierdas las esperanzas, Sam!
La noche era fría en lo alto de la loma. Encendieron un fuego pequeño bajo las
raíces nudosas de un viejo pino que pendía sobre una cavidad poco profunda;
parecía como si en un tiempo hubiera habido allí una cantera de piedra. Se
sentaron apretándose unos contra otros. El viento helado soplaba en el paso y se
oían los gemidos y suspiros de los árboles de la pendiente.