Page 228 - El Señor de los Anillos
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Frodo dormitaba acostado, imaginando que unas interminables alas negras
barrían el aire sobre él y que en esas alas cabalgaban unos perseguidores que lo
buscaban en todos los huecos de las colinas.
La mañana se levantó brillante y hermosa; el aire era puro y la luz pálida y
limpia en un cielo lavado por la lluvia. Se sentían más animados ahora, pero
esperaron con impaciencia a que el sol viniera a calentarles los miembros fríos y
agarrotados. Tan pronto como hubo luz, Trancos se llevó a Merry consigo y
fueron a examinar la región desde la altura que dominaba el este del paso. El sol
estaba alto y brillaba cuando volvieron con mejores noticias. Iban ya casi en la
dirección adecuada. Si descendían ahora por la otra pendiente tendrían las
montañas a la izquierda. A alguna distancia, allá delante, Trancos había divisado
de nuevo el Sonorona y sabía que aunque no se le veía desde allí, el Camino del
Vado no estaba lejos del río y corría de este lado del agua.
—Tendremos que retomar el camino —dijo—. No podemos esperar que
haya algún sendero entre estas colinas. Cualquiera que sea el peligro que nos
aceche, el camino es nuestra única vía para llegar al vado.
Comieron y partieron en seguida otra vez. Bajaron lentamente por el lado sur de
la estribación, pero el camino les pareció mucho más fácil, pues la ladera caía
menos a pique de este lado y al cabo de un momento Frodo pudo montar de
nuevo el poney. El pobre y viejo animal de Bill Helechal estaba desarrollando un
talento inesperado para elegir el camino y evitar a su jinete todas las sacudidas
posibles. El grupo recobró el ánimo y aun Frodo se sintió mejor a la luz de la
mañana, aunque de cuando en cuando una niebla parecía oscurecerle la vista y
se pasaba las manos por los ojos.
Pippin iba un poco adelante. De improviso se volvió y los llamó.
—¡Aquí hay un sendero! —gritó.
Cuando llegaron junto a él, vieron que no se había equivocado: allí
comenzaba borrosamente un sendero tortuoso que subía desde los bosques y se
perdía detrás en la cima de la montaña. En algunos sitios era casi invisible y
estaba cubierto de malezas y obstruido por piedras y árboles caídos, pero parecía
haber sido muy transitado en otro tiempo. Quienes habían abierto el sendero eran
de brazos fuertes y pies pesados. Aquí y allá habían cortado o derribado viejos
árboles, hendiendo las rocas mayores o apartándolas a un lado para que no
interrumpieran el paso.
Siguieron la senda un tiempo, pues era el camino más fácil para bajar, pero
se adelantaban con precaución y a medida que se internaban en los bosques
oscuros y la senda se hacía ancha y llana, iban sintiéndose más y más
intranquilos. De pronto, saliendo de un cinturón de alisos, vieron que el sendero
trepaba por una ladera empinada y se volvía en ángulo recto hacia la izquierda
contorneando una estribación rocosa. Luego corría por terreno llano, al pie de un