Page 233 - El Señor de los Anillos
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todo sonido que viniera de atrás les parecía amenazador y hostil. Pero Trancos se
      inclinaba ahora hacia adelante, casi tocando el suelo, la mano en la oreja y una
      expresión de alegría en la cara.
        La luz disminuía y las hojas de los arbustos susurraban levemente. Más claras
      y más próximas las campanillas tintineaban y tiquitac venía el sonido de un trote
      rápido. De pronto apareció allá abajo un caballo blanco, resplandeciente en las
      sombras,  que  se  movía  con  rapidez.  El  freno  y  las  bridas  centelleaban  y
      fulguraban  a  la  luz  del  crepúsculo,  como  tachonados  de  piedras  preciosas  que
      parecían estrellas vivientes. El manto flotaba detrás y el caballero llevaba quitado
      el capuchón; los cabellos dorados volaban al viento. Frodo tuvo la impresión de
      que una luz blanca brillaba a través de la forma y las vestiduras del jinete, como
      a través de un velo tenue.
        Trancos dejó de pronto el escondite y se precipitó hacia el camino, gritando y
      saltando entre los brezos, pero aun antes que se moviera o llamara, el jinete ya
      había  tirado  de  las  riendas  y  se  había  detenido  levantando  los  ojos  a  los
      matorrales  donde  ellos  estaban.  Cuando  vio  a  Trancos,  saltó  a  tierra  y  corrió
      hacia él gritando: Ai na vedui Dúnadan! Maegovannen! La lengua y la voz clara
      y timbrada no dejaban ninguna duda: el jinete era de la raza de los elfos. Ningún
      otro de los que vivían en el ancho mundo tenía una voz tan hermosa. Pero había
      como una nota de prisa o temor en la llamada y los hobbits vieron que hablaba
      rápida y urgentemente con Trancos.
        Pronto Trancos les hizo señas y los hobbits dejaron los matorrales y bajaron
      corriendo al camino.
        —Este es Glorfindel, que habita en la casa de Elrond —dijo Trancos.
        —¡Hola y feliz encuentro al fin! —le dijo Glorfindel a Frodo—. Me enviaron
      de Rivendel en tu busca. Temíamos que corrieras peligro en el camino.
        —¿Entonces Gandalf llegó a Rivendel? —gritó Frodo alegremente.
        —No.  No  cuando  yo  partí,  pero  eso  fue  hace  nueve  días  —respondió
      Glorfindel—. Llegaron algunas noticias, que perturbaron a Elrond. Gentes de mi
      pueblo,  viajando  por  tus  tierras  más  allá  del  Baranduin,  oyeron  decir  que  las
      cosas no andaban bien y enviaron mensajes tan pronto como pudieron. Decían
      que  los  Nueve  habían  salido  y  que  tú  te  habías  extraviado  llevando  una  carga
      muy pesada y sin ningún auxilio, pues Gandalf no había vuelto. Hay pocos en
      Rivendel  que  puedan  enfrentar  abiertamente  a  los  Nueve,  pero  a  esos  pocos
      Elrond los envió al norte, al oeste y al sur. Se decía que tú harías un rodeo para
      evitar que te persiguieran y que te perderías en las tierras desiertas.
        » Me tocó a mí seguir el camino y llegué al Puente de Mitheithel y dejé una
      señal  allí,  hace  siete  días.  Tres  de  los  sirvientes  de  Sauron  llegaron  hasta  el
      puente, pero se retiraron y los perseguí hacia el oeste. Tropecé con otros dos, que
      se  volvieron  alejándose  hacia  el  sur.  Desde  entonces  he  estado  buscando  tus
      huellas. Las descubrí hace dos días y las seguí cruzando el puente y hoy advertí
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