Page 238 - El Señor de los Anillos
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con una voz que a él mismo le pareció débil y chillona.
Frodo no tenía los poderes de Bombadil. Los Jinetes se detuvieron, pero le
replicaron con una risa dura y escalofriante.
—¡Vuelve! ¡Vuelve! —gritaron—. ¡A Mordor te llevaremos!
—¡Atrás! —murmuró Frodo.
—¡El Anillo! ¡El Anillo! —gritaron los Jinetes con voces implacables, e
inmediatamente el cabecilla forzó al caballo a entrar en el agua, seguido de
cerca por otros dos Jinetes.
—¡Por Elbereth y Lúthien la Bella —dijo Frodo con un último esfuerzo y
esgrimiendo la espada—, no tendréis el Anillo ni me tendréis a mí!
Entonces el cabecilla que estaba ya en medio del vado se enderezó
amenazante sobre los estribos y alzó la mano. Frodo sintió que había perdido la
voz. Tenía la lengua pegada al paladar y el corazón le golpeaba con furia. La
espada se le quebró y se le desprendió de la mano temblorosa. El caballo élfico
se encabritó resoplando. El primero de los caballos negros ya estaba pisando la
orilla.
En ese momento se oyó un rugido y un estruendo: un ruido de aguas
turbulentas que venía arrastrando piedras. Frodo vio confusamente que el río se
elevaba y que una caballería de olas empenachadas se acercaba aguas abajo.
Unas llamas blancas parecían moverse en las cimas de las crestas y hasta creyó
ver en el agua unos Jinetes blancos que cabalgaban caballos blancos con crines
de espuma. Los tres Jinetes que estaban todavía en medio del vado
desaparecieron de pronto bajo las aguas espumosas. Los que venían detrás
retrocedieron espantados.
Exhausto, Frodo oyó gritos y creyó ver, más allá de los Jinetes que titubeaban
en la orilla, una figura brillante de luz blanca y atrás unas pequeñas formas
sombrías que corrían llevando fuegos, y las llamas rojizas refulgían en la niebla
gris que estaba cubriendo el mundo.
Los caballos negros enloquecieron y dominados por el terror saltaron hacia
adelante arrojando a los Jinetes a las aguas impetuosas. Los gritos penetrantes se
perdieron en el rugido del río, que arrastró a los Jinetes. Frodo sintió entonces que
caía y le pareció que el estruendo y la confusión crecían y lo envolvían
llevándoselo junto con sus enemigos. No oyó ni vio nada más.