Page 237 - El Señor de los Anillos
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Inmediatamente, el caballo blanco se precipitó hacia adelante y corrió como
      el viento por la última vuelta del camino. Al mismo tiempo los caballos negros se
      lanzaron  colina  abajo  persiguiéndolo  y  se  oyó  el  grito  terrible  de  los  Jinetes,
      semejante a aquel que Frodo había oído alguna vez en la lejana Cuaderna del
      Este, como un horror que venía de los bosques. Otros gritos respondieron y ante
      la  desesperación  de  Frodo  y  sus  amigos,  cuatro  Jinetes  más  asomaron
      rápidamente entre los árboles y rocas que se veían a la izquierda a lo lejos. Dos
      fueron  hacia  Frodo;  dos  galoparon  como  enloquecidos  hacia  el  vado,  para
      cerrarle el paso. Le parecía a Frodo que corrían como el viento y que cambiaban
      rápidamente haciéndose más grandes y oscuros a medida que los distintos cursos
      convergían hacia él.
        Frodo miró un instante por encima del hombro. Ya no veía a sus amigos. Los
      Jinetes  que  venían  detrás  perdían  terreno.  Ni  siquiera  aquellas  grandes
      cabalgaduras podían  rivalizar  en  velocidad con  el  caballo  élfico  de Glorfindel.
      Miró  otra  vez  adelante  y  perdió  toda  esperanza.  No  parecía  tener  ninguna
      posibilidad  de  llegar  al  vado  antes  que  los  jinetes  emboscados  le  salieran  al
      encuentro. Podía verlos claramente ahora; se habían quitado las capuchas y los
      mantos negros y estaban vestidos de blanco y gris. Las manos pálidas esgrimían
      espadas  desnudas  y  llevaban  yelmos  en  las  cabezas.  Los  ojos  fríos
      relampagueaban y unas voces terribles increpaban a Frodo.
        El miedo dominaba ahora enteramente a Frodo. No pensó más en su espada.
      No lanzó ningún grito. Cerró los ojos y se aferró a las crines del caballo. El viento
      le  silbaba  en  los  oídos  y  las  campanillas  del  arnés  se  sacudían  en  un  agudo
      repiqueteo. Un aliento helado lo traspasó como una espada, cuando en un último
      esfuerzo, como un relámpago de fuego blanco, volando como si tuviera alas, el
      caballo élfico pasó de largo ante la cara del jinete más adelantado.
        Frodo oyó el chapoteo del agua, que batía espumosa alrededor. Sintió cómo el
      caballo empujaba subiendo rápidamente, dejando el río y escalando el sendero
      pedregoso. Trepaba ahora por la orilla escarpada. Había cruzado el vado.
        Pero los perseguidores venían cerca. En lo alto de la barranca, el caballo se
      detuvo  y  dio  media  vuelta  relinchando  furiosamente.  Había  nueve  Jinetes  allí
      abajo, junto al agua, y Frodo se sintió desfallecer ante la amenaza de aquellas
      caras  levantadas.  No  sabía  de  nada  que  pudiera  impedirles  cruzar  también  el
      vado y entendió que era inútil tratar de escapar por el largo e incierto camino que
      llevaba a los lindes de Rivendel, una vez que los Jinetes hubiesen vadeado el agua.
      De todos modos sintió que le habían ordenado perentoriamente que se detuviera.
      La cólera lo dominó otra vez, pero ya no tenía fuerzas para resistirse.
        De pronto el jinete que iba delante espoleó el caballo, que llegó al agua y se
      encabritó retrocediendo. Haciendo un gran esfuerzo Frodo se irguió en la silla y
      esgrimió la espada.
        —¡Atrás! —gritó—. ¡Volved a la Tierra de Mordor y no me sigáis! —llamó
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