Page 234 - El Señor de los Anillos
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que habías bajado otra vez de las lomas. ¡Pero, vamos! No hay tiempo para más
noticias. Ya que estás aquí, hemos de arriesgarnos a los peligros del camino y
marchar adelante. Hay cinco detrás de nosotros y cuando descubran tus huellas
en el camino, nos perseguirán veloces como el viento. Y ellos no son todos.
Dónde están los otros cuatro, no lo sé. Temo descubrir que el vado ya está
defendido contra nosotros.
Mientras Glorfindel hablaba, las sombras de la noche se hicieron más densas.
Frodo sintió que el cansancio lo dominaba. Desde que el sol había empezado a
bajar, la niebla que tenía ante los ojos se le había oscurecido y sentía que una
sombra estaba interponiéndose entre él y las caras de los otros. Ahora tenía un
ataque de dolor y mucho frío. Se tambaleó y se apoyó en el brazo de Sam.
—Mi amo está enfermo y herido —dijo Sam airadamente—. No podría
viajar durante la noche. Necesita descanso.
Glorfindel alcanzó a Frodo en el momento en que el hobbit caía al suelo y
tomándolo gentilmente en brazos le miró la cara con grave ansiedad.
Trancos le habló entonces brevemente del ataque al campamento en la Cima
de los Vientos y del cuchillo mortal. Sacó la empuñadura, que había conservado,
y se la pasó al elfo. Glorfindel se estremeció al tocarla, pero la miró con
atención.
—Hay cosas malas escritas en esta empuñadura —dijo— aunque quizá tus
ojos no puedan verlas. ¡Guárdala, Aragorn, hasta que lleguemos a la Casa de
Elrond! Pero ten cuidado y tócala lo menos posible. Ay, las heridas causadas por
este arma están más allá de mis poderes de curación. Haré lo que pueda, pero
ahora más que nunca os recomiendo que continuéis sin tomar descanso.
Buscó con los dedos la herida en el hombro de Frodo y la cara se le hizo más
grave, como si lo que estaba descubriendo lo inquietara todavía más. Pero Frodo
sintió que el frío del costado y el brazo le disminuía; un leve calor le bajó del
hombro hasta la mano y el dolor se hizo más soportable. La oscuridad del
crepúsculo le pareció más leve alrededor, como si hubieran apartado una nube.
Veía ahora las caras de los amigos más claramente y sintió que recobraba de
algún modo la esperanza y la fuerza.
—Montarás en mi caballo —le dijo Glorfindel—. Recogeré los estribos hasta
los bordes de la silla y tendrás que sentarte lo más firmemente que puedas. Pero
no te preocupes; mi caballo no dejará caer a ningún jinete que yo le
encomiende. Tiene el paso leve y fácil y si el peligro apremia, te llevará con una
rapidez que ni siquiera las bestias negras del enemigo pueden imitar.
—¡No, no será así! —dijo Frodo—. No lo montaré, si va a llevarme a
Rivendel o alguna otra parte dejando atrás a mis amigos en peligro.
Glorfindel sonrió.
—Dudo mucho —dijo— que tus amigos corran peligro si tú no estás con ellos.
Los perseguidores te seguirían a ti y nos dejarían a nosotros en paz, me parece.