Page 224 - El Señor de los Anillos
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una tierra desolada y el viaje se hacía lento y triste. Marchaban penosamente y
      hablaban  poco.  Frodo  observaba  acongojado  cómo  caminaban  junto  a  él,
      cabizbajos, inclinados bajo el peso de los bultos. Hasta el mismo Trancos parecía
      cansado y abatido. Antes que terminara la primera jornada el dolor de Frodo se
      acrecentó de nuevo, pero él tardó en quejarse. Pasaron cuatro días y ni el terreno
      ni el escenario cambiaron mucho, aunque detrás de ellos la Cima de los Vientos
      bajaba lentamente y delante de ellos subían las montañas lejanas. Pero luego de
      aquellos gritos distantes no habían visto ni oído nada que indicara que el enemigo
      anduviese  cerca,  o  estuviera  siguiéndolos.  Temían  las  horas  de  oscuridad  y
      montaban  guardia  en  parejas,  esperando  ver  en  cualquier  momento  unas
      sombras negras que se adelantaban en la noche gris, débilmente iluminada por la
      luna velada de nubes; pero no veían nada y no oían otro sonido que el de las hojas
      secas y la hierba. Ni una sola vez tuvieron aquella impresión de peligro inminente
      que los había asaltado en la cañada antes del ataque. No se atrevían a suponer
      que  los  Jinetes  les  hubiesen  perdido  de  nuevo  el  rastro.  ¿Esperarían  quizá
      tenderles una emboscada en algún sitio estrecho?
        Al fin del quinto día el terreno comenzó una vez más a elevarse lentamente,
      saliendo del valle bajo y amplio al que habían descendido. Trancos los guió de
      nuevo hacia el nordeste y en el sexto día llegaron a lo alto de una loma larga y
      vieron a la distancia un grupo de colinas boscosas. Allá abajo el camino bordeaba
      el pie de las colinas y a la derecha un río gris brillaba pálidamente a la débil luz
      del sol. A lo lejos corría otro río por un valle pedregoso cubierto de jirones de
      bruma.
        —Temo que ahora tengamos que volver un rato al camino —dijo Trancos—.
      Hemos llegado al Río Fontegrís, que los elfos llaman Mitheithel. Desciende de las
      Landas de Etten, los páramos de los trolls al norte de Rivendel y en el sur allá
      lejos se une al Sonorona. De ahí en adelante algunos lo llaman Aguada Gris. Es
      una gran extensión de agua antes de llegar al mar. No hay otro modo de cruzarlo
      desde que nace en las Landas de Etten que el Puente Ultimo sobre el camino.
        —¿Cuál es aquel otro río allá a lo lejos? —preguntó Merry.
        —El Sonorona, el Bruinen de Rivendel —respondió Trancos—. El camino lo
      bordea  durante  varias  leguas,  hasta  el  vado.  Aún  no  he  pensado  cómo  lo
      cruzaremos.  ¡Un  río  por  vez!  Tendremos  bastante  suerte  en  verdad  si  no
      encontramos algún obstáculo en el Puente Ultimo.
      Al  otro  día,  temprano  de  mañana,  descendieron  de  nuevo  al  camino.  Sam  y
      Trancos fueron adelante, pero no encontraron señales de viajeros o Jinetes. Aquí,
      a  la  sombra  de  las  colinas,  había  llovido  bastante.  Trancos  opinó  que  el  agua
      había caído dos días atrás, borrando todas las huellas. Desde entonces no había
      pasado ningún jinete, o así parecía al menos.
        Avanzaron rápidamente y luego de una milla o dos vieron ante ellos el Puente
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