Page 205 - El Señor de los Anillos
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agua!
        —¿De  qué  viven  cuando  no  tienen  un  hobbit  cerca?  —preguntó  Sam
      rascándose el cuello.
        Pasaron un día desdichado en aquella región solitaria y desagradable. El sitio
      donde  acamparon  era  húmedo,  frío  e  incómodo  y  los  insectos  no  los  dejaron
      dormir.  Había  también  unas  criaturas  abominables  que  merodeaban  entre  las
      cañas  y  las  hierbas  y  que  por  el  ruido  que  hacían  parecían  parientes
      endemoniados del grillo. Había miles de ellos, chillando todos alrededor, nicbric,
      bric-nic, incesantemente, toda la noche, hasta poner frenéticos a los hobbits.
        El  día  siguiente,  el  cuarto,  fue  poco  mejor,  y  la  noche  casi  tan  incómoda.
      Aunque  los  nique-breque  (como  Sam  los  llamaba)  habían  quedado  atrás,  los
      mosquitos todavía los perseguían.
        Frodo estaba tendido, cansado pero incapaz de cerrar los ojos, cuando creyó
      ver que en el cielo oriental, muy lejos, aparecía una luz; brillaba y se apagaba,
      una y otra vez. No era el alba, para la que faltaban todavía algunas horas.
        —¿Qué  es  esa  luz?  —le  preguntó  a  Trancos,  que  se  había  puesto  de  pie  y
      ahora escrutaba la noche.
        —No  sé  —respondió  Trancos—.  Está  demasiado  lejos.  Parecerían
      relámpagos que estallan en las cimas de las colinas.
        Frodo se acostó de nuevo, pero durante largo rato continuó viendo las luces
      blancas y recortándose contra ellas la figura alta y oscura de Trancos, erguida,
      silenciosa y vigilante. Al fin cayó en un sueño intranquilo.
        No habían andado mucho en el quinto día cuando dejaron atrás los últimos
      charcos y las cañadas de los pantanos. El suelo comenzó a subir otra vez ante
      ellos. Al este, a lo lejos, podían ver ahora una cadena de colinas. La más alta
      estaba a la derecha de la cadena y un poco separada de las otras. La cima era
      cónica, un poco aplastada.
        —Aquélla es la Cima de los Vientos —dijo Trancos—. El Viejo Camino que
      dejamos atrás a la derecha pasa no muy lejos por el lado sur. Llegaremos allí
      mañana al mediodía, si continuamos en línea recta. Supongo que es lo mejor que
      podemos hacer.
        —¿Qué quieres decir? —preguntó Frodo.
        —Quiero decir que no sabemos a ciencia cierta qué encontraremos allí. Está
      cerca del camino.
        —Pero al menos tenemos la esperanza de encontrar a Gandalf.
        —Sí, pero la esperanza es débil. Si viene por este camino, quizá no pase por
      Bree y no sabría qué ha sido de nosotros. Y de cualquier modo, a menos que por
      alguna  fortuna  no  lleguemos  casi  al  mismo  tiempo,  no  coincidiremos;  sería
      peligroso  para  él  y  para  nosotros  detenernos  mucho.  Si  los  Jinetes  no  nos
      encuentran en las tierras salvajes, es probable que ellos también vayan a la Cima
      de  los  Vientos.  Desde  allí  se  dominan  los  alrededores.  En  verdad  hay  muchos
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