Page 376 - El Señor de los Anillos
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—Peligroso, es cierto —dijo Aragorn—. Hermoso y peligroso, pero sólo la
maldad puede tenerle miedo con alguna razón, o aquellos que llevan alguna
maldad en ellos mismos. ¡Seguidme!
Se habían internado poco más de una milla en el bosque cuando tropezaron con
otro arroyo, que descendía rápidamente desde las laderas arboladas que subían
detrás hacia las montañas del oeste. No muy lejos entre las sombras de la
derecha, se oía el rumor de una pequeña cascada. Las aguas oscuras y
precipitadas cruzaban el sendero ante ellos y se unían al Cauce de Plata en un
torbellino de aguas oscuras entre las raíces de los árboles.
—¡He aquí el Nimrodel! —dijo Legolas—. Los Elfos Silvanos lo cantaron
muchas veces y esas canciones se cantan aún en el Norte, recordando el arco iris
de los saltos y las flores doradas que brotan en la espuma. Todo es oscuro ahora y
el Puente del Nimrodel está roto. Me mojaré los pies, pues dicen que el agua
cura la fatiga.
Se adelantó, descendió por la barranca escarpada y entró en el arroyo.
—¡Seguidme! —gritó—. El agua no es profunda. ¡Crucemos! Podemos
descansar en la otra orilla y el susurro del agua que cae nos ayudará a dormir y
a olvidar las penas.
Uno a uno bajaron por la ribera y siguieron a Legolas. Frodo se detuvo un
momento junto a la orilla y dejó que el arroyo le bañara los pies cansados. El
agua era fría y límpida y cuando le llegó a las rodillas Frodo sintió que le lavaba
la suciedad del viaje y todo el cansancio que le pesaba en los miembros.
Cuando toda la Compañía hubo cruzado, se sentaron a descansar, comieron unos
bocados y Legolas les contó las historias de Lothlórien que los elfos del Bosque
Oscuro atesoraban aún, historias de la luz del sol y las estrellas en los prados que
el Río Grande había bañado antes que el mundo fuera gris. Al fin callaron y se
quedaron escuchando la música de la cascada que caía dulcemente en las
sombras. Frodo llegó a imaginar que oía el canto de una voz, junto con el sonido
del agua.
—¿Alcanzáis a oír la voz de Nimrodel? —preguntó Legolas—. Os cantaré una
canción de la doncella Nimrodel, que vivía junto al arroyo y tenía el mismo
nombre. Es una hermosa canción en nuestra lengua de los bosques y hela aquí en
la Lengua del Oeste, como algunos la cantan ahora en Rivendel. Legolas empezó
a cantar con una voz dulce que apenas se oía entre el murmullo de las hojas.
Había en otro tiempo una doncella élfica,
una estrella que brillaba en el día,
de manto blanco recamado en oro
y zapatos de plata gris.