Page 381 - El Señor de los Anillos
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» Pero no es momento de discutir. No conviene que los vuestros se queden en
      tierra. Hemos estado vigilando los ríos, desde que vimos una gran tropa de orcos
      yendo al norte hacia Moria, bordeando las montañas, hace ya muchos días. Los
      lobos  aúllan  en  los  lindes  de  los  bosques.  Si  venís  en  verdad  desde  Moria,  el
      peligro no puede estar muy lejos, detrás de vosotros. Partiréis de nuevo mañana
      temprano.
        » Los  cuatro  hobbits  subirán  aquí  y  se  quedarán  con  nosotros…  ¡No  les
      tenemos miedo! Hay otro talan en el árbol próximo. Allí se refugiarán los demás.
      Tú, Legolas, responderás por ellos. Llámanos, si algo anda mal. ¡Y no pierdas de
      vista al enano!
        Legolas  bajó  por  la  escala  llevando  el  mensaje  de  Haldir  y  poco  después
      Merry  y  Pippin  trepaban  al  alto  flet.  Estaban  sin  aliento  y  parecían  bastante
      asustados.
        —¡Bien! —dijo Merry jadeando—. Hemos traído vuestras mantas junto con
      las nuestras. Trancos ha ocultado el resto del equipaje bajo un montón de hojas.
        —No había necesidad de esa carga —dijo Haldir—. Hace frío en las copas
      de  los  árboles  en  invierno,  aunque  esta  noche  el  viento  sopla  del  sur,  pero
      tenemos alimentos y bebidas que os sacarán el frío nocturno y pieles y mantos
      de sobra.
        Los  hobbits  aceptaron  con  alegría  esta  segunda  (y  mucho  mejor)  cena.
      Luego se envolvieron no sólo en los mantos forrados de los elfos sino también con
      las  mantas  que  habían  traído  y  trataron  de  dormir.  Pero  aunque  estaban  muy
      cansados sólo Sam parecía bien dispuesto. Los hobbits no son aficionados a las
      alturas, y no duermen en pisos elevados, aun teniendo escaleras. El flet  no  les
      gustaba mucho como dormitorio. No tenía paredes, ni siquiera una baranda; sólo
      en un lado había un biombo plegadizo que podía moverse e instalarse en distintos
      sitios, según soplara el viento.
        Pippin siguió hablando un rato.
        —Espero no rodar y caerme si llego a dormirme en este nido de pájaros —
      dijo.
        —Una vez que me duerma —dijo Sam—, continuaré durmiendo, ruede o no
      ruede.  Y  cuanto  menos  se  diga  ahora  más  pronto  caeré  dormido,  si  usted  me
      entiende.
      Frodo se quedó despierto un tiempo, mirando las estrellas que relucían a través
      del pálido techo de hojas temblorosas. Sam se había puesto a roncar aún antes
      que  él  cerrara  los  ojos.  Alcanzaba  a  ver  las  formas  grises  de  dos  elfos  que
      estaban  sentados,  los  brazos  alrededor  de  las  rodillas,  hablando  en  susurros.  El
      otro había descendido a montar guardia en una rama baja. Al fin, mecido allí
      arriba por el viento en las ramas y abajo por el dulce murmullo de las cascadas
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