Page 384 - El Señor de los Anillos
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extranjeros podrán cruzar sosteniéndose en las dos.
        Cuando terminaron de instalar este puente liviano, la Compañía pasó a la otra
      orilla, unos con precaución y lentamente, otros con más facilidad. De los hobbits,
      Pippin demostró ser el mejor pues tenía el paso seguro y caminó con rapidez
      sosteniéndose con una mano sola, pero con los ojos clavados en la otra orilla y sin
      mirar  hacia  abajo.  Sam  avanzó  arrastrando  los  pies,  aferrado  a  las  cuerdas  y
      mirando las aguas pálidas y tormentosas como si fueran un precipicio. Respiró
      aliviado cuando se encontró a salvo en la otra orilla.
        —¡Vive y aprende!, como decía mi padre. Aunque se refería al cuidado del
      jardín y no a posarse como los pájaros o caminar como las ararías. ¡Ni siquiera
      mi tío Andy conocía estos trucos! Cuando toda la Compañía estuvo al fin reunida
      en  la  orilla  este  del  Cauce  de  Plata,  los  elfos  desataron  las  cuerdas  y  las
      enrollaron. Rúmil, que había permanecido en la otra orilla, recogió una de las
      cuerdas, se  la  echó  al  hombro y  se  alejó  saludando con  la  mano,  de  vuelta  a
      Nimrodel a continuar la guardia.
        —Ahora, amigos —dijo Haldir—, habéis entrado en el Naith de Lórien o el
      Enclave,  como  vosotros  diríais,  pues  esta  región  se  introduce  como  una  lanza
      entre los brazos del Cauce de Plata y el Gran Anduin. No permitimos que ningún
      extraño espíe los secretos del Naith. A pocos en verdad se les ha permitido poner
      aquí el pie.
        » Como habíamos convenido, ahora le vendaré los ojos a Gimli el enano. Los
      demás pueden andar libremente un tiempo hasta que nos acerquemos a nuestras
      moradas, abajo en Egladil, en el Angulo entre las aguas.
        Esto no era del agrado de Gimli.
        —El  arreglo  se  hizo  sin  mi  consentimiento  —dijo—.  No  caminaré  con  los
      ojos vendados, como un mendigo o un prisionero. Y no soy un espía. Mi gente
      nunca ha tenido tratos con los sirvientes del enemigo. Tampoco causamos daño a
      los elfos. Si creéis que yo llegaría a traicionaros, lo mismo podríais esperar de
      Legolas, o de cualquiera de mis amigos.
        —No dudo de ti —dijo Haldir—. Pero es la ley. No soy el dueño de la ley y
      no puedo dejarla de lado. Ya he hecho mucho permitiéndote cruzar el Celebrant.
        Gimli era obstinado. Se plantó firmemente en el suelo, las piernas separadas,
      y apoyó la mano en el mango del hacha.
        —Iré libremente —dijo—, o regresaré a mi propia tierra, donde confían en
      mi palabra, aunque tenga que morir en el desierto.
        —No puedes regresar —dijo Haldir con cara seria—. Ahora que has llegado
      tan lejos tenemos que llevarte ante el Señor y la Dama. Ellos te juzgarán y te
      retendrán o te dejarán ir, como les plazca. No puedes cruzar de nuevo los ríos y
      detrás de ti hay ahora centinelas que te cerrarán el paso. Te matarían antes que
      pudieses verlos.
        Gimli sacó el hacha del cinturón. Haldir y su compañero tomaron los arcos.
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