Page 382 - El Señor de los Anillos
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del Nimrodel, Frodo se durmió con la canción de Legolas dándole vueltas en la
      cabeza.
        Despertó  más  tarde  en  medio  de  la  noche.  Los  otros  hobbits  dormían.  Los
      elfos habían desaparecido. La luna creciente brillaba apenas entre las hojas. El
      viento había cesado. No muy lejos oyó una risa ronca y el sonido de muchos pies
      en el suelo entre los árboles y luego un tintineo metálico. Los ruidos se perdieron
      lentamente a lo lejos y parecían ir hacia el sur, adentrándose en el bosque.
        Una cabeza asomó de pronto por el agujero del flet. Frodo se sentó asustado y
      vio que era un elfo de capucha gris. Miró hacia los hobbits.
        —¿Qué pasa? —dijo Frodo.
        —Yrch! —dijo el elfo con un murmullo siseante y echó sobre el flet la escala
      de cuerda que acababa de recoger.
        —¡Orcos! —dijo Frodo—. ¿Qué están haciendo?
        Pero el elfo había desaparecido.
        No  se  oían  más  ruidos.  Hasta  las  hojas  callaban  ahora  y  parecía  que  las
      cascadas habían enmudecido. Frodo, sentado aún, se estremeció de pies a cabeza
      bajo las mantas. Se felicitaba de que no los hubieran encontrado en el suelo, pero
      sentía  que  los  árboles  no  los  protegían  mucho,  salvo  ocultándolos.  Los  orcos
      tenían un olfato fino, se decía, como los mejores perros de caza, pero además
      podían trepar. Sacó a Dardo, que relampagueó y resplandeció como una llama
      azul y luego se apagó otra vez poco a poco. Sin embargo, la impresión de peligro
      inmediato  no  dejó  a  Frodo;  al  contrario,  se  hizo  más  fuerte.  Se  incorporó,  se
      arrastró a la abertura y miró hacia el suelo. Estaba casi seguro de que podía oír
      unos movimientos furtivos, lejos, al pie del árbol.
        No eran elfos, pues la gente de los bosques no hacía ningún ruido al moverse.
      Luego  oyó  débilmente  un  sonido,  como  si  husmearan,  y  le  pareció  que  algo
      estaba arañando la corteza del árbol. Clavó los ojos en la oscuridad, reteniendo el
      aliento.
        Algo trepaba ahora lentamente y se lo oía respirar, como si siseara con los
      dientes apretados. Luego Frodo vio dos ojos pálidos que subían, junto al tronco. Se
      detuvieron y miraron hacia arriba, sin parpadear. De pronto se volvieron y una
      figura indistinta bajó deslizándose por el tronco y desapareció.
        Casi en seguida Haldir llegó trepando rápidamente por las ramas.
        —Había  algo  en  este  árbol  que  nunca  vi  antes  —dijo—.  No  era  un  orco.
      Huyó tan pronto como toqué el árbol. Parecía astuto y entendido en árboles, o
      hubiese pensado que era uno de vosotros, un hobbit.
        » No  tiré,  pues  no  quería  provocar  ningún  grito:  no  podemos  arriesgar  una
      batalla. Una fuerte compañía de orcos ha pasado por aquí. Cruzaron el Nimrodel,
      y malditos sean esos pies infectos en el agua pura, y siguieron el viejo camino
      junto al río. Parecían ir detrás de algún rastro y durante un rato examinaron el
      suelo, cerca del sitio donde os detuvisteis. Nosotros tres no podíamos enfrentar a
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