Page 595 - El Señor de los Anillos
P. 595

como un viento entre las hierbas. Tras ellos llegaban desde el Abismo los gritos
      roncos  de  los  hombres  que  irrumpían  de  las  cavernas  persiguiendo  a  los
      enemigos. Todos los hombres que habían quedado en el Peñón se volcaron como
      un torrente sobre el valle. Y la voz potente de los cuernos seguía retumbando en
      las colinas.
        Avanzaban galopando sin trabas, el rey y sus caballeros. Capitanes y soldados
      caían o huían delante de la tropa. Ni los orcos, ni los hombres podían resistir el
      ataque. Corrían, de cara al valle y de espaldas a las espadas y las lanzas de los
      jinetes.  Gritaban  y  gemían,  pues  la  luz  del  amanecer  había  traído  pánico  y
      desconcierto.
        Así partió el Rey Théoden de la Puerta de Helm y así se abrió paso hacia la
      empalizada. Allí la compañía se detuvo. La luz crecía alrededor. Los rayos del sol
      encendían  las  colinas  orientales  y  centelleaban  en  las  lanzas.  Los  jinetes,
      inmóviles y silenciosos, contemplaron largamente el Valle del Bajo.
        El paisaje había cambiado. Donde antes se extendiera un valle verde, cuyas
      laderas  herbosas  trepaban  por  las  colinas  cada  vez  más  altas,  ahora  había  un
      bosque. Hileras e hileras de grandes árboles, desnudos y silenciosos, de ramaje
      enmarañado y cabezas blanquecinas; las raíces nudosas se perdían entre las altas
      hierbas verdes. Bajo la fronda todo era oscuridad. Un trecho de no más de un
      cuarto  de  milla  separaba  a  la  empalizada  del  linde  de  aquel  bosque.  Allí  se
      escondían ahora las arrogantes huestes de Saruman, aterrorizadas por el rey tanto
      como por los árboles. Como un torrente habían bajado desde la Puerta de Helm,
      hasta  que  ni  uno  solo  quedó  más  arriba  de  la  empalizada;  pero  allá  abajo  se
      amontonaban  como  un  hervidero  de  moscas.  Reptaban  y  se  aferraban  a  las
      paredes del valle tratando en vano de escapar. Al este la ladera era demasiado
      escarpada  y  pedregosa;  a  la  izquierda,  desde  el  oeste,  avanzaba  hacia  ellos  el
      destino inexorable.
        De  improviso,  en  una  cima  apareció  un  jinete  vestido  de  blanco  y
      resplandeciente  al  sol  del  amanecer.  Más  abajo,  en  las  colinas,  sonaron  los
      cuernos. Tras el jinete un millar de hombres a pie, espada en mano, bajaba de
      prisa  las  largas  pendientes.  Un  hombre  recio  y  de  elevada  estatura  marchaba
      entre ellos. Llevaba un escudo rojo. Cuando llegó a la orilla del valle se llevó a los
      labios un gran cuerno negro y sopló con todas sus fuerzas.
      —¡Erkenbrand! —gritaron los caballeros—. ¡Erkenbrand!
        —¡Contemplad al Caballero Blanco! —gritó Aragorn—. ¡Gandalf ha vuelto!
        —¡Mithrandir,  Mithrandir!  —dijo  Legolas—.  ¡Esto  es  magia  pura!  ¡Venid!
      Quisiera ver este bosque, antes que cambie el sortilegio.
        Las  huestes  de  Isengard  aullaron,  yendo  de  un  lado  a  otro,  pasando  de  un
      miedo a otro. Nuevamente sonó el cuerno de la torre. Y la compañía del rey se
      lanzó a la carga a través del foso de la empalizada. Y desde las colinas bajaba,
   590   591   592   593   594   595   596   597   598   599   600