Page 591 - El Señor de los Anillos
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—A pesar de todo a mí el amanecer me llena de esperanzas —dijo Aragorn
      —. ¿No se dice acaso que ningún enemigo tomó jamás Cuernavilla, cuando la
      defendieron los hombres?
        —Así dicen las canciones —dijo Eomer.
        —¡Entonces defendámosla y confiemos! —dijo Aragorn.
      Hablaban  aún  cuando  las  trompetas  resonaron  otra  vez.  Hubo  un  estallido
      atronador, una brusca llamarada y humo. Las aguas de la Corriente del Bajo se
      desbordaron siseando en burbujas de espuma. Un boquete acababa de abrirse en
      el  muro  y  ya  nada  podía  contenerlas.  Una  horda  de  formas  oscuras  irrumpió
      como un oleaje.
        —¡Brujerías  de  Saruman!  —gritó  Aragorn—.  Mientras  nosotros
      conversábamos volvieron a meterse en el agua. ¡Han encendido bajo nuestros
      pies el fuego de Orthanc! ¡Elendil, Elendil! —gritó saltando al foso; pero ya había
      un centenar de escalas colgadas de las almenas. Desde arriba y desde abajo del
      muro se lanzó el último ataque: demoledor como una ola oscura sobre una duna,
      barrió a los defensores. Algunos de los caballeros, obligados a replegarse más y
      más sobre el Abismo, caían peleando, mientras retrocedían hacia las cavernas
      oscuras. Algunos volvieron directamente a la ciudadela.
        Una ancha escalera subía del Abismo al Peñón y a la poterna de Cuernavilla.
      Casi al pie de esa escalera se erguía Aragorn. Andúril le centelleaba aún en la
      mano y el terror de la espada arredró todavía un momento al enemigo, mientras
      los  hombres  que  podían  llegar  a  la  escalera  subían  uno  a  uno  hacia  la  puerta.
      Atrás,  arrodillado  en  el  peldaño  más  alto,  estaba  Legolas.  Tenía  el  arco
      preparado, pero sólo había conseguido rescatar una flecha, y ahora espiaba, listo
      para dispararla sobre el primer orco que se atreviera a acercarse.
        —Todos los que han podido escapar están ahora a salvo, Aragorn —gritó—.
      ¡Volvamos!
        Aragorn giró sobre sus talones y se lanzó escaleras arriba, pero el cansancio
      le hizo tropezar y caer. Sin perder un instante, los enemigos se precipitaron a la
      escalera.  Los  orcos  subían  vociferando,  extendiendo  los  largos  brazos  para
      apoderarse  de  Aragorn.  El  que  iba  a  la  cabeza  cayó  con  la  última  flecha  de
      Legolas atravesada en la garganta, pero eso no detuvo a los otros. De pronto, un
      peñasco  enorme,  lanzado  desde  el  muro  exterior,  se  estrelló  en  la  escalera,
      arrojándolos otra vez al Abismo. Aragorn ganó la puerta, que al instante se cerró
      tras él con un golpe.
        —Las cosas andan mal, mis amigos —dijo, enjugándose con el brazo el sudor
      de la frente.
        —Bastante mal —dijo Legolas—, pero aún nos quedan esperanzas, mientras
      tú nos acompañes. ¿Dónde está Gimli?
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