Page 588 - El Señor de los Anillos
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ya!
Dieron media vuelta y echaron a correr. En ese momento, unos diez o doce
orcos que habían permanecido inmóviles y como muertos entre los cadáveres, se
levantaron rápida y sigilosamente, y partieron tras ellos. Dos se arrojaron al
suelo y tomando a Eomer por los talones lo hicieron trastabillar y caer, y se le
echaron encima. Pero una pequeña figura negra en la que nadie había reparado
emergió de las sombras lanzando un grito ronco.
—Barttk Khazad! Khazad aiménu!
Un hacha osciló como un péndulo. Dos orcos cayeron, decapitados. El resto
escapó.
En el momento en que Aragorn acudía a auxiliarlo, Eomer se levantaba
trabajosamente.
Cerraron la poterna y amontonando piedras barricaron los portales de hierro.
Cuando todos estuvieron dentro, a salvo, Eomer se volvió.
—¡Te doy las gracias, Gimli hijo de Glóin! —dijo—. No sabía que tú estabas
con nosotros en este encuentro. Pero más de una vez el huésped a quien nadie ha
invitado demuestra ser la mejor compañía. ¿Cómo apareciste por allí?
—Yo os había seguido para ahuyentar el sueño —dijo Gimli—; pero miré a
los montañeses y me parecieron demasiado grandes para mí; entonces me senté
en una piedra a admirar la destreza de vuestras espadas.
—No me será fácil devolverte el favor que me has prestado —dijo Eomer.
—Quizá se te presenten otras muchas oportunidades antes de que pase la
noche —rió el enano—. Pero estoy contento. Hasta ahora no había hachado nada
más que leña desde que partí de Moría.
—¡Dos! —dijo Gimli acariciando el hacha. Había regresado a su puesto en el
muro.
—¿Dos? —dijo Legolas—. Yo he hecho más que eso, aunque ahora tenga que
buscar a tientas las flechas malgastadas; me he quedado sin ninguna. De todos
modos, estimo en mi haber por lo menos veinte. Pero son sólo unas pocas hojas
en todo un bosque.
Ahora las nubes se dispersaban rápidamente y la luna declinaba clara y
luminosa. Pero la luz trajo pocas esperanzas a los Caballeros de la Marca. Las
fuerzas del enemigo, antes que disminuir, parecían acrecentarse; y nuevos
refuerzos llegaban al valle y cruzaban el foso. El enfrentamiento en el Peñón
había sido sólo un breve respiro. El ataque contra las puertas se redobló. Las
huestes de Isengard rugían como un mar embravecido contra el Muro del Bajo.
Orcos y montañeses iban y venían de un extremo al otro arrojando escalas de
cuerda por encima de los parapetos, con tanta rapidez que los defensores no