Page 584 - El Señor de los Anillos
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Eomer—. El que habla es Eomer hijo de Eomund.
—Buenas nuevas nos traes, cuando ya habíamos perdido toda esperanza —
dijo el centinela—. ¡Daos prisa! El enemigo os pisa los talones.
La tropa cruzó el foso y se detuvo en lo alto de la pendiente. Allí se enteraron
con alegría de que Erkenbrand había dejado muchos hombres custodiando la
Puerta de Helm y que más tarde también otros habían podido refugiarse allí.
—Quizá contemos con unos mil hombres aptos para combatir a pie —dijo
Gamelin, un anciano que era el jefe de los que defendían la empalizada—. Pero
la mayoría ha visto muchos inviernos, como yo, o demasiado pocos, como el
hijo de mi hijo, aquí presente. ¿Qué noticias hay de Erkenbrand? Ayer nos llegó
la voz de que se estaba replegando hacia aquí, con todo lo que se ha salvado de
los mejores Caballeros del Folde Oeste. Pero no ha venido.
—Me temo que ya no pueda venir —dijo Eomer—. Nuestros exploradores no
han sabido nada de él y el enemigo ocupa ahora todo el valle.
—Ojalá haya podido escapar —dijo Théoden—. Era un hombre poderoso.
En él renació el temple de Helm Mano de Hierro. Pero no podemos esperarlo
aquí. Hemos de concentrar todas nuestras fuerzas detrás de las murallas. ¿Tenéis
provisiones suficientes? Nosotros estamos escasos de víveres, pues partimos
dispuestos a librar batalla, no a soportar un sitio.
—Atrás, en las cavernas del Abismo, están las tres cuartas partes de los
habitantes del Folde Oeste, viejos y jóvenes, niños y mujeres —dijo Gamelin—.
Pero también hemos llevado allí provisiones en abundancia y muchas bestias, y
el forraje necesario para alimentarlas.
—Habéis actuado bien —dijo Eomer—. El enemigo quema o saquea todo
cuanto queda en el valle.
—Si vienen a mercar con nosotros en la Puerta de Helm, pagarán un alto
precio —dijo Gamelin.
El rey y sus caballeros prosiguieron la marcha. Frente a la explanada que
pasaba sobre el río se detuvieron apeándose. En una larga fila subieron los
caballos por la rampa y franquearon las puertas de Cuernavilla. Allí fueron una
vez más recibidos con júbilo y renovadas esperanzas; porque ahora había
hombres suficientes para defender a la vez la empalizada y la fortaleza.
Rápidamente, Eomer desplegó a sus hombres. El rey y su séquito quedaron
en Cuernavilla, donde también había muchos hombres del Folde Oeste. Pero
Eomer distribuyó la mayor parte de las fuerzas sobre el Muro del Bajo y la torre,
y también detrás, pues era allí donde la defensa parecía más incierta en caso de
que el enemigo atacase resueltamente y con tropas numerosas. Llevaron los
caballos más lejos, al Abismo, dejándolos bajo la custodia de unos pocos
guardias.
El Muro del Bajo tenía veinte pies de altura y el espesor suficiente como para
que cuatro hombres caminaran de frente todo a lo largo del adarve, protegido por