Page 583 - El Señor de los Anillos
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—No te fíes de los caminos secretos —dijo el rey—. Saruman ha estado
espiando toda esta región desde hace años. Sin embargo, en ese paraje nuestra
defensa puede resistir mucho tiempo. ¡En marcha!
Aragorn y Legolas iban ahora con Eomer en la vanguardia. Cabalgaban en plena
noche, a paso más lento a medida que la oscuridad se hacía más profunda y el
camino trepaba más escarpado hacia el sur, entre los imprecisos repliegues de
las estribaciones montañosas. Encontraron pocos enemigos. De tanto en tanto se
topaban con pandillas de orcos vagabundos; pero huían antes que los caballeros
pudieran capturarlos o matarlos.
—No pasará mucho, me temo —dijo Eomer— antes de que el avance de las
huestes del rey llegue a oídos del hombre que encabeza las tropas enemigas,
Saruman o quienquiera que sea el capitán que haya puesto al frente.
Los rumores de la guerra crecían al paso de las huestes. Ahora escuchaban,
como transportados en alas de la noche, unos cantos roncos. Cuando habían
escalado ya un buen trecho del Valle del Bajo se volvieron a mirar y abajo
vieron antorchas, innumerables puntos de luz incandescente que tachonaban los
campos negros como flores rojas o que serpenteaban subiendo desde los bajíos
en largas hileras titilantes. De tanto en tanto la luz estallaba, resplandeciente.
—Es un ejército muy grande y nos pisa los talones —dijo Aragorn.
—Traen fuego —dijo Théoden—, e incendian todo cuanto encuentran a su
paso, niaras, cabañas y árboles. Este era un valle rico y en él prosperaban
muchas heredades. ¡Ay, pobre pueblo mío!
—¡Si por lo menos fuese de día y pudiésemos caer sobre ellos como una
tormenta que baja de las montañas! —dijo Aragorn—. Me avergüenza tener que
huir delante de ellos.
—No tendremos que huir mucho tiempo —dijo Eomer—. Ya no estamos
lejos de la Empalizada de Helm, una antigua trinchera con una muralla que
protege la hondonada, a un cuarto de milla por debajo de la Puerta de Helm. Allí
podremos volvernos y combatir.
—No somos muy pocos para defender la empalizada —dijo Théoden. Tiene
por lo menos una milla de largo y el foso es demasiado ancho.
—Allí, en el foso, mantendremos nuestra retaguardia, por si nos asedian dijo
Eomer.
No había luna ni estrellas cuando los caballeros llegaron al foso de la empalizada,
allí de donde salían el río y el camino ribereño que bajaban de Cuernavilla. El
murallón apareció de pronto ante ellos, una sombra gigantesca del otro lado de un
foso negro. Cuando subían, se oyó el grito de un centinela.
—El Señor de la Marca se encamina hacia la Puerta de Helm —respondió