Page 603 - El Señor de los Anillos
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el tiempo llegaría a entender lo que piensan.
—¡No, no! —dijo Gimli—. ¡Déjalos tranquilos! Yo ya he adivinado lo que
piensan: odian a todo cuanto camina sobre dos pies; y hablan de triturar y
estrangular.
—No a todo cuanto camina sobre dos pies —dijo Legolas—. En eso creo que
te equivocas. Es a los orcos a quienes aborrecen. No han nacido aquí y poco
saben de elfos y de hombres. Los valles donde crecen son sitios remotos. De los
profundos valles de Fangorn, Gimli, de allí es de donde vienen, sospecho.
—Entonces éste es el bosque más peligroso de la Tierra Media —dijo Gimli
—. Tendría que estarles agradecido por lo que hicieron, pero no los quiero de
veras. A ti pueden parecerte maravillosos, pero yo he visto en esta región cosas
más extraordinarias, más hermosas que todos los bosques y claros. ¡Extraños son
los modos y costumbres de los hombres, Legolas! Tienen aquí una de las
maravillas del Mundo Septentrional, ¿y qué dicen de ella? ¡Cavernas, la llaman!
¡Refugios para tiempo de guerra, depósitos de forraje! ¿Sabes, mi buen Legolas,
que las cavernas subterráneas del Abismo de Helm son vastas y hermosas?
Habría un incesante peregrinaje de enanos y sólo para venir a verlas, si se
supiera que existen. Sí, en verdad, ¡pagarían oro puro por echarles una sola
mirada!
—Y yo pagaría oro puro por lo contrario —dijo Legolas—, y el doble porque
me sacaran de allí, si llegara a extraviarme.
—No las has visto y te perdono la gracia —replicó Gimli—. Pero hablas
como un tonto. ¿Te parecen hermosas las estancias de tu rey al pie de la colina en
el Bosque Negro, que los enanos ayudaron a construir hace tiempo? Son
covachas comparadas con las cavernas que he visto aquí: salas
inconmensurables, pobladas de la música eterna del agua que tintinea en las
lagunas, tan maravillosas como Kheledzáram a la luz de las estrellas.
» Y cuando se encienden las antorchas, Legolas, y los hombres caminan por
los suelos de arena bajo las bóvedas resonantes, ah, entonces, Legolas, gemas y
cristales y filones de mineral precioso centellean en las paredes pulidas; y la luz
resplandece en las vetas de los mármoles nacarados, luminosos como las manos
de la Reina Galadriel. Hay columnas de nieve, de azafrán y rosicler, Legolas,
talladas con formas que parecen sueños; brotan de los suelos multicolores para
unirse a las colgaduras resplandecientes: alas, cordeles, velos sutiles como nubes
cristalizadas; lanzas, pendones, ¡pináculos de palacios colgantes! Unos lagos
serenos reflejan esas figuras: un mundo titilante emerge de las aguas sombrías
cubiertas de límpidos cristales; ciudades, como jamás Durin hubiera podido
imaginar en sus sueños, se extienden a través de avenidas y patios y pórticos,
hasta los nichos oscuros donde jamás llega la luz. De pronto ¡pim!, cae una gota
de plata, y las ondas se encrespan bajo el cristal y todas las torres se inclinan y
tiemblan como las algas y los corales en una gruta marina. Luego llega la noche: