Page 604 - El Señor de los Anillos
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las visiones tiemblan y se desvanecen; las antorchas se encienden en otra sala, en
      otro sueño. Los salones se suceden, Legolas, un recinto se abre a otro, una bóveda
      sigue a otra bóveda y una escalera a otra escalera, y los senderos sinuosos llevan
      al corazón de la montaña. ¡Cavernas! ¡Las Cavernas del Abismo de Helm! ¡Feliz
      ha sido la suerte que hasta aquí me trajo! Lloro ahora al tener que dejarlas.
        —Entonces —dijo el elfo— como consuelo, te desearé esta buena fortuna,
      Gimli, que vuelvas sano y salvo de la guerra y así podrás verlas otra vez. ¡Pero
      no se lo cuentes a todos los tuyos! Por lo que tú dices, poco tienen que hacer.
      Quizá  los  hombres  de  estas  tierras  callan  por  prudencia:  una  sola  familia  de
      activos enanos provistos de martillo y escoplo harían quizá más daño que bien.
        —No,  tú  no  me  comprendes  —dijo  Gimli—.  Ningún  enano  permanecería
      impasible ante tanta belleza. Ninguno de la raza de Durin excavaría estas grutas
      para extraer piedra o mineral, ni aunque hubiera ahí oro y diamantes. Si vosotros
      queréis  leña  ¿cortáis  acaso  las  ramas  florecidas  de  los  árboles?  Nosotros
      cuidaríamos estos claros de piedra florecida, no los arruinaríamos. Con arte y
      delicadeza, a pequeños golpes, nada más que una astilla de piedra, tal vez, en toda
      una  ansiosa  jornada:  ese  sería  nuestro  trabajo  y  con  el  correr  de  los  años
      abriríamos  nuevos  caminos  y  descubriríamos  salas  lejanas  que  aún  están  a
      oscuras y que vemos apenas como un vacío más allá de las fisuras de la roca. ¡Y
      luces, Legolas! Crearíamos luces, lámparas como las que resplandecían antaño
      en Khazad-dûm; y entonces podríamos, según nuestros deseos, alejar a la noche
      que mora allí desde que se edificaron las montañas, o hacerla volver, a la hora
      del reposo.
        —Me has emocionado, Gimli —dijo Legolas—. Nunca te había oído hablar
      así. Casi lamento no haber visto esas cavernas. ¡Bien! Hagamos un pacto: si los
      dos regresamos sanos y salvos de los peligros que nos esperan, viajaremos algún
      tiempo juntos. Tú visitarás Fangorn conmigo y luego yo vendré contigo a ver el
      Abismo de Helm.
        —No sería ése el camino que yo elegiría para regresar —dijo Gimli—. Pero
      soportaré  la  visita  a  Fangorn,  si  prometes  volver  a  las  cavernas  y  compartir
      conmigo esa maravilla.
        —Cuentas  con  mi  promesa  —dijo  Legolas—.  Mas  ¡ay!  Ahora  hemos  de
      olvidar por algún tiempo el bosque y las cavernas. ¡Mira! Ya llegamos a la orilla
      del bosque. ¿A qué distancia estamos ahora de Isengard, Gandalf?
        —A unas quince leguas, a vuelo de los cuervos de Saruman —dijo Gandalf—;
      cinco desde la desembocadura del Valle del Bajo hasta los Vados; y diez más
      desde allí hasta las puertas de Isengard. Pero no marcharemos toda la noche.
        —Y cuando lleguemos allí, ¿qué veremos? —preguntó Gimli—. Quizá tú lo
      sepas, pero yo no puedo imaginarlo.
        —Tampoco  yo  lo  sé  con  certeza  —le  respondió  el  mago—.  Yo  estaba  allí
      ayer al caer de la noche, pero desde entonces pueden haber ocurrido muchas
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