Page 605 - El Señor de los Anillos
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cosas. Sin embargo, creo que no diréis que el viaje ha sido en vano, ni aunque
      hayamos tenido que abandonar las Cavernas Centelleantes de Aglarond.

      Al fin la compañía dejó atrás los árboles y se encontró en el fondo del Valle del
      Bajo, donde el camino que descendía del Abismo de Helm se bifurcaba de un
      lado al este, hacia Edoras, y del otro al norte, hacia los Vados del Isen. Legolas,
      que cabalgaba a orillas del bosque, se detuvo y volvió tristemente la cabeza. De
      pronto lanzó un grito.
        —¡Hay  ojos!  —exclamó—.  ¡Ojos  que  espían  desde  las  sombras  de  las
      ramas! Nunca vi ojos semejantes.
        Los  otros,  sorprendidos  por  el  grito,  pararon  las  cabalgaduras  y  se  dieron
      vuelta; pero Legolas se preparaba a volver atrás.
        —¡No, no! —gritó Gimli—. ¡Haz lo que quieras si te has vuelto loco, pero
      antes déjame bajar del caballo! ¡No quiero ver los ojos!
        —¡Quédate, Legolas Hojaverde! —dijo Gandalf—. ¡No vuelvas al bosque,
      aún no! No es aún el momento.
        Mientras  Gandalf  hablaba  aún,  tres  formas  extrañas  salieron  de  entre  los
      árboles. Altos como trolls (doce pies o más), de cuerpos vigorosos, recios como
      árboles jóvenes, parecían vestidos con prendas ceñidas de tela o de piel gris y
      parda. Los brazos y las piernas eran largos, y las manos de muchos dedos. Tenían
      los  cabellos  tiesos  y  la  barba  verdegris,  como  de  musgo.  Miraban  con  ojos
      graves,  pero  no  a  los  jinetes:  estaban  vueltos  hacia  el  norte.  De  improviso
      ahuecaron  las  largas  manos  alrededor  de  la  boca  y  emitieron  una  serie  de
      llamadas sonoras, límpidas como las notas de un cuerno, pero más musicales y
      variadas. Al instante se oyó la respuesta; y al volver una vez más la cabeza los
      viajeros vieron otras criaturas de la misma especie que se acercaban desde el
      norte. Cruzaban la hierba con paso vivo, semejantes a garzas que vadearan una
      corriente, pero más veloces, pues el movimiento de las largas piernas era más
      rápido  que  el  aleteo  de  las  garzas.  Los  jinetes  prorrumpieron  en  gritos  de
      asombro y algunos echaron mano a las espadas.
        —Las armas están de más —dijo Gandalf—. Son simples pastores. No son
      enemigos y en realidad no les importamos.
        Y  al  parecer  decía  la  verdad;  pues  mientras  Gandalf  hablaba,  las  altas
      criaturas, sin ni siquiera echar una mirada a los jinetes, se internaron en el bosque
      y desaparecieron.
        —¡Pastores!  —dijo  Théoden—.  ¿Dónde  están  los  rebaños?  ¿Qué  son,
      Gandalf? Pues es evidente que tú los conoces.
        —Son los pastores de los árboles —respondió Gandalf—. ¿Tanto hace que no
      os sentáis junto al fuego a escuchar las leyendas? Hay en vuestro reino niños que
      del enmarañado ovillo de la historia podrían sacar la respuesta a esa pregunta.
      Habéis visto a los ents, oh rey, los ents del Bosque de Fangorn, el que en vuestra
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