Page 607 - El Señor de los Anillos
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los lobos y sintieron una congoja en el corazón recordando a los hombres que
habían muerto allí combatiendo.
El camino se hundía entre terrazas y barrancas verdes cada vez más altas,
hasta la orilla del río, para volver a subir en la otra margen. Tres hileras de
piedras planas y escalonadas atravesaban la corriente y entre ellas corrían los
vados para los caballos, que desde ambas riberas llegaban a un islote desnudo en
el centro del río. Extraño les pareció el cruce cuando lo vieron de cerca: en los
Vados siempre había remolinos, el agua canturreaba entre las piedras. Ahora
estaba quieta y en silencio. En los lechos, casi secos, asomaban los cantos
rodados y la arena gris.
—Qué sitio tan desolado —dijo Eomer—. ¿Qué mal aqueja a este río?
Muchas cosas hermosas ha estropeado Saruman: ¿habrá destruido también los
manantiales del Isen?
—Así parece —dijo Gandalf.
—¡Ay! —dijo Théoden—. ¿Es preciso que crucemos por aquí, donde las
bestias de rapiña han devorado a tantos Jinetes de la Marca?
—Este es nuestro camino —dijo Gandalf—. Cruel es la pérdida de vuestros
hombres, pero veréis que al menos no los devorarán los lobos de las montañas. Es
con sus amigos, los orcos, con quienes se ceban en sus festines; así entienden la
amistad los de su especie. ¡Seguidme!
Cuando comenzaron a vadear el río, los lobos dejaron de aullar y se alejaron
escurriéndose. Las figuras de Gandalf a la luz de la luna y de Sombragris, que
centelleaba como la plata, habían espantado a los lobos. Al llegar al islote vieron
los ojos relucientes de las bestias, que espiaban desde las orillas, entre las
sombras.
—¡Mirad! —dijo Gandalf—. Gente amiga ha estado por aquí, trabajando.
Y vieron un túmulo en el centro del islote, rodeado de piedras y de lanzas
enhiestas.
—Aquí yacen todos los Hombres de la Marca que cayeron en estos parajes
dijo Gandalf.
—¡Que descansen en paz! —dijo Eomer—. ¡Y que cuando estas lanzas se
pudran y se cubran de herrumbre, sobreviva largo tiempo este túmulo
custodiando los Vados del Isen!
—¿También esto es obra tuya, Gandalf, amigo mío? —preguntó Théoden—.
¡Mucho has hecho en una noche y un día!
—Con la ayuda de Sombragris… ¡y de otros! —dijo Gandalf—. He
cabalgado rápido y lejos. Pero aquí, junto a este túmulo, os diré algo que podrá
confortaros: muchos cayeron en las batallas de los Vados, pero no tantos como se
dice. Más fueron los que se dispersaron que los muertos; y yo he vuelto a reunir a
todos los que pude encontrar. A algunos les ordené que se unieran a Erkenbrand; a
otros les encomendé la tarea que aquí veis, y ahora ya han de estar de regreso en