Page 613 - El Señor de los Anillos
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personaje  que  echaba  humo  por  la  boca  reparó  en  ellos,  que  aún  seguían
      inmóviles y silenciosos a la orilla de la barrera de niebla. Se puso de pie de un
      salto. Parecía ser un hombre joven, o por lo menos eso aparentaba, aunque de la
      talla de un hombre tenía poco más de la mitad; la cabeza de ensortijado cabello
      castaño, la llevaba al descubierto, pero se envolvía el cuerpo en una capa raída y
      manchada por la intemperie aunque del color de las capas de los compañeros de
      Gandalf cuando partieran de Edoras. Se inclinó en una muy profunda reverencia,
      con la mano al pecho. Luego, como si no hubiese visto al mago y sus amigos, se
      volvió a Eomer y al rey.
        —¡Bienvenidos  a  Isengard,  señores!  —dijo—.  Somos  los  guardianes  de  la
      puerta.  Meriadoc  hijo  de  Saradoc  es  mi  nombre;  y  mi  compañero
      desgraciadamente vencido por el cansancio —y al decir esto le asestó al otro un
      puntapié— es Peregrin hijo de Paladín, de la casa de Tuk. Lejos de aquí, en el
      norte,  queda  nuestro  hogar.  El  Señor  Saruman  está  en  el  castillo;  pero  en  este
      momento  ha  de  estar  encerrado  con  un  tal  Lengua  de  Serpiente,  pues  de  otro
      modo habría salido sin duda a dar la bienvenida a huéspedes tan honorables.
        —¡Sin  duda!  —rió  Gandalf—.  ¿Y  fue  Saruman  quien  te  ordenó  que
      custodiaras las puertas destruidas y que atendieras a los visitantes, entre plato y
      plato?
        —No, mi buen señor, eso se le olvidó —respondió Merry con aire solemne—.
      Ha estado muy ocupado. Nuestras órdenes las hemos recibido de Bárbol quien se
      ha hecho cargo del gobierno de Isengard. Fue él quien me ordenó que diera la
      bienvenida al Señor de Rohan con las palabras apropiadas. He hecho cuanto he
      podido.
        —¿Y ni una palabra para nosotros, tus compañeros? ¿Para Legolas y para mí?
      —gritó  Gimli,  incapaz  de  contenerse  por  más  tiempo—.  ¡Bribones,  amigos
      desleales,  cabezas  lanudas  y  patas  lanosas!  ¡A  buena  cacería  nos  mandasteis!
      ¡Doscientas leguas a través de pantanos y bosques, batallas y muertes, detrás de
      vosotros!  Y  os  encontramos  aquí,  banqueteando  y  descansando…  ¡y  hasta
      fumando!  ¡Fumando!  ¿Dónde  habéis  conseguido  la  hierba,  villanos?  ¡Por  el
      martillo y las tenazas! ¡Estoy tan dividido entre la rabia y la alegría que si no
      reviento será un verdadero milagro!
        —Tú  hablas  por  mí,  Gimli  —rió  Legolas—.  Aunque  yo  preferiría  saber
      dónde consiguieron el vino.
        —Una cosa no habéis aprendido en vuestra cacería y es a ser más despiertos
      —dijo Pippin, abriendo un ojo—. Nos encontráis aquí, sentados y victoriosos en
      un campo de batalla, en medio del botín de los ejércitos, ¿y os preguntáis cómo
      nos hemos procurado una bien merecida recompensa?
        —¿Bien  merecida?  —replicó  Gimli—.  ¡Eso  sí  que  no  lo  puedo  creer!  Los
      jinetes se rieron.
        —No cabe duda que asistimos al reencuentro de amigos entrañables —dijo
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