Page 788 - El Señor de los Anillos
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busca  de  orcos  ni  de  ninguno  de  los  servidores  del  enemigo.  ¿Por  qué  habría
      esperado hasta ahora, por qué habría hecho el esfuerzo de subir y venir hasta
      aquí,  de  acercarse  a  la  región  que  teme?  Sin  duda  hubiera  podido  delatarnos
      muchas veces a los orcos desde que lo encontramos. No, si hay algo de eso, ha
      de ser una de sus pequeñas jugarretas de siempre que él imagina absolutamente
      secreta.
        —Bueno, supongo que usted tiene razón señor Frodo —dijo Sam—. Aunque
      eso no me tranquiliza demasiado. Pero en una cosa sé que no me equivoco: estoy
      seguro de que a mí me entregaría a los orcos con alegría. Pero me olvidaba… el
      Tesoro. No, supongo que de eso se ha tratado desde el principio, El Tesoro para el
      pobre Sméagol. Ese es el único móvil de todos sus planes, si tiene alguno. Pero de
      qué puede servirle habernos traído aquí, no alcanzo a adivinarlo.
        —Lo más probable es que ni él mismo lo sepa —dijo Frodo—. Y tampoco
      creo que tenga en la embrollada cabeza un plan único y bien definido. Pienso que
      en  parte  está  intentando  salvar  el  Tesoro  del  enemigo,  tanto  tiempo  como  sea
      posible.  También  para  él  sería  la  peor  de  las  calamidades,  si  fuese  a  parar  a
      manos  del  enemigo.  Y  es  posible  que  además  esté  tratando  de  ganar  tiempo,
      esperando una oportunidad.
        —Bribón y Adulón, como dije antes —observó Sam—. Pero cuanto más se
      acerque al territorio del enemigo, más será Bribón que Adulón. Recuerde mis
      palabras: si alguna vez llegamos al Paso no nos permitirá que llevemos el Tesoro
      del otro lado de la frontera sin jugarnos alguna mala pasada.
        —Todavía no hemos llegado —replicó Frodo.
        —No, pero hasta entonces convendrá mantener los ojos bien abiertos. Si nos
      pesca dormitando, Bribón correrá a tomar la delantera. No es que sea arriesgado
      que  ahora  se  eche  usted  a  dormir,  mi  amo.  No  hay  ningún  peligro  en  que
      descanse en este sitio, bien cerca de mí. Y yo me sentiría muy feliz si lo viera
      dormir un rato. Yo lo cuidaré; y en todo caso, si usted se acuesta aquí, y yo le
      paso el brazo alrededor, nadie podrá venir a toquetearlo sin que Sam se entere.
        —¡Dormir! —dijo Frodo, y suspiró, como si viera aparecer en un desierto un
      espejismo de frescura verde—. Sí, aun aquí podría dormir.
        —¡Duerma entonces, señor! Apoye la cabeza en mis rodillas.
      Y así los encontró Gollum unas horas más tarde, cuando volvió deslizándose y
      reptando a lo largo del sendero que descendía de la oscuridad. Sam, sentado de
      espaldas contra la roca, la cabeza inclinada a un lado, respiraba pesadamente. La
      cabeza de Frodo descansaba sobre las rodillas de Sam, que apoyaba una mano
      morena sobre la frente blanca de Frodo, mientras la otra le protegía el pecho. En
      los rostros de ambos había paz.
        Gollum los miró. Una expresión extraña le apareció en la cara. Los ojos se le
      apagaron,  y  se  volvieron  de  pronto  grises  y  opacos,  viejos  y  cansados.  Se
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