Page 793 - El Señor de los Anillos
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                    El Antro de Ella-Laraña
      A caso fuera en verdad de día, como lo aseguraba Gollum, pero los hobbits no
      notaron  mayor  diferencia,  salvo  quizás  el  cielo  de  una  negrura  menos
      impenetrable,  semejante  a  una  inmensa  bóveda  de  humo;  y  en  lugar  de  las
      tinieblas  de  la  noche  profunda,  que  se  demoraba  aún  en  las  grietas  y  en  los
      agujeros, una sombra gris y confusa envolvía como en un sudario el mundo de
      piedra de alrededor. Prosiguieron la marcha, Gollum al frente y los hobbits uno al
      lado  del  otro,  cuesta  arriba  entre  los  pilares  y  columnas  de  roca  lacerada  y
      desgastada por la intemperie que flanqueaban la larga hondonada como enormes
      estatuas informes. No se oía ningún ruido. Un poco más lejos, a una milla o algo
      así de distancia, había una muralla gris, el último e imponente macizo de roca
      montañosa. Más alto y sombrío a medida que se acercaban, al fin se alzó sobre
      ellos impidiéndoles ver todo cuanto se extendía más allá. Sam husmeó el aire.
        —¡Puaj!  ¡Ese  olor!  —dijo—.  Es  cada  vez  más  insoportable.  Pronto
      estuvieron bajo la sombra y vieron allí la boca de una caverna.
        —Este es el camino —dijo Gollum en voz baja—. Por aquí se entra en el
      túnel. —No dijo el nombre: Torech Ungol, el Antro de Ella-Laraña. Un hedor
      repugnante  salía  del  agujero,  no  el  nauseabundo  olor  a  podredumbre  de  los
      prados de Morgul, sino un tufo fétido y penetrante, como si allí, en la oscuridad,
      hubiesen acumulado montones de indecibles inmundicias.
        —¿Este es el único camino, Sméagol? —le preguntó Frodo.
        —Sí, sí —fue la respuesta—. Sí, ahora tenemos que tomar este camino.
        —¿Quieres decir que ya estuviste en este agujero? —preguntó Sam—. ¡Puaj!
      Pero  quizás  a  ti  no  te  preocupan  los  malos  olores.  Los  ojos  de  Gollum
      relampaguearon.
        —Él no sabe lo que a nosotros nos preocupa ¿verdad, tesoro? No, no lo sabe.
      Pero Sméagol puede soportar muchas cosas. Sí. Ya ha pasado antes por aquí. Oh
      sí, ha ido hasta el otro lado. Es el único camino.
        —¿Y qué es lo que produce el olor?, me pregunto —dijo Sam—. Es como…
      bueno,  prefiero  no  decirlo.  Una  infecta  cueva  de  orcos,  apuesto,  repleta  de
      inmundicias de los últimos cien años.
        —Bueno —dijo Frodo—, orcos o no, si es el único camino, tendremos que ir
      por él.
      Entraron  en  la  caverna.  A  los  pocos  pasos  se  encontraron  en  la  tiniebla  más
      absoluta e impenetrable. Desde que recorrieran los pasadizos sin luz de Moría,
      Frodo y Sam no habían visto oscuridad semejante: la de aquí les parecía, si era
      posible, más densa y más profunda. Allá en Moría, había ráfagas de aire, y ecos,
      y  cierta  impresión  de  espacio.  Aquí,  el  aire  pesaba,  estancado,  inmóvil,  y  los
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