Page 794 - El Señor de los Anillos
P. 794
ruidos morían, sin ecos ni resonancias. Caminaban en un vapor negro que parecía
engendrado por la oscuridad misma, y que cuando era inhalado producía una
ceguera, no sólo visual sino también mental, borrando así de la memoria todo
recuerdo de forma, de color y de luz. Siempre había sido de noche, siempre sería
de noche y todo era noche.
Durante un tiempo, sin embargo, no se les durmieron los sentidos; por el
contrario, la sensibilidad de los pies y las manos había aumentado tanto al
principio que era casi dolorosa. La textura de las paredes, para sorpresa de los
hobbits, era lisa, y el suelo, salvo uno que otro escalón, recto y uniforme,
ascendiendo siempre en la misma pendiente empinada. El túnel era alto y ancho,
tan ancho que aunque los hobbits caminaban de frente y uno al lado del otro,
rozando apenas las paredes laterales con los brazos extendidos, estaban
separados, aislados en la oscuridad.
Gollum había entrado primero y parecía haberse adelantado sólo unos pasos.
Mientras aún estaban en condiciones de atender a esas cosas, oían su respiración
sibilante y jadeante justo delante de ellos. Pero al cabo de un rato se les
embotaron los sentidos, fueron perdiendo el oído y el tacto, y continuaron
avanzando a tientas, trepando, caminando, movidos sobre todo por la misma
fuerza de voluntad que los había llevado a entrar, la voluntad de ir hasta el final y
de llegar a la puerta alta que se abría del otro lado del túnel.
No habían ido aún muy lejos, quizá, pues habían perdido toda noción de
tiempo y distancia, cuando Sam, que iba tanteando la pared, notó de pronto que
de ese lado, a la derecha, había una abertura: sintió por un instante un ligero soplo
de aire menos pesado, pero pronto lo dejaron atrás.
—Aquí hay más de un pasaje —murmuró con un esfuerzo; le parecía muy
difícil respirar y emitir a la vez algún sonido—. ¡Jamás vi mejor sitio para orcos!
Después de aquel boquete, primero Sam a la derecha, y luego Frodo a la
izquierda, encontraron tres o cuatro aberturas similares, algunas más grandes,
otras más angostas; pero en cuanto a la dirección del camino principal, que era
siempre recto y empinado, no cabía ninguna duda. ¿Cuánto les quedaría aún por
recorrer, cuánto tiempo más tendrían que soportarlo, o podrían soportarlo? A
medida que subían el aire era cada vez más irrespirable; y ahora tenían a
menudo la impresión de encontrar en las tinieblas una resistencia más tenaz que
la del aire fétido. Y mientras se empeñaban en avanzar sentían cosas que les
rozaban la cabeza o las manos, largos tentáculos o excrecencias colgantes, tal
vez: no lo sabían. Y aquel hedor crecía sin cesar. Creció y creció hasta que
tuvieron la impresión de que el único sentido que aún conservaban era el del
olfato. Una hora, dos horas, tres horas: ¿cuántas habían pasado en aquel agujero
sin luz? Horas… días, semanas más bien. Sam se apartó de la pared del túnel y se
acercó a Frodo, y las manos de los hobbits se encontraron y se unieron, y así,
juntos, continuaron avanzando.