Page 798 - El Señor de los Anillos
P. 798
contarla y oírlos cantar. Pero no siga adelante, señor. ¡No baje a ese antro! No
tendremos otra oportunidad. ¡Salgamos en seguida de este agujero infecto!
Y así volvieron sobre sus pasos, al principio caminando y luego corriendo:
pues a medida que avanzaban el suelo del túnel se elevaba en una cuesta cada
vez más empinada y cada paso los alejaba del hedor del antro invisible, y las
fuerzas les volvían al corazón y los miembros. Pero el odio de la Vigía los
perseguía aún, cegada acaso momentáneamente, pero invicta y ávida de muerte.
En aquel momento una ráfaga de aire, fresco y ligero, les salió al encuentro. La
boca, el extremo del túnel estaba por fin ante ellos. Jadeando, deseando salir al
fin al aire libre, se precipitaron hacia adelante: y allí, desconcertados, tropezaron
y cayeron hacia atrás. La salida estaba bloqueada por una barrera, pero no de
piedra: blanda y más bien elástica, al parecer, y al mismo tiempo resistente e
impenetrable; a través de ella se filtraba el aire, pero ningún rayo de luz. Una vez
más se abalanzaron y fueron rechazados.
Levantando el frasco, Frodo miró y vio delante un color gris que la
luminosidad del cristal de estrella no penetraba ni iluminaba, como una sombra
que no fuera proyectada por ninguna luz, y que ninguna luz pudiera disipar. A lo
ancho y a lo alto del túnel había una vasta tela tejida, como la tela de una araña
enorme, pero de trama más cerrada y mucho más grande, y cada hebra era
gruesa como una cuerda.
Sam soltó una risa sarcástica.
—¡Telarañas! —dijo—. ¿Nada más? ¡Telarañas! ¡Pero qué araña! ¡Adelante,
abajo con ellas!
Las atacó furiosamente a golpes de espada, pero el hilo que golpeaba no se
rompía. Cedía un poco, y luego, como la cuerda tensa de un arco, rebotaba
desviando la hoja y lanzando hacia arriba la espada y el brazo. Tres veces golpeó
Sam con toda su fuerza, y a la tercera una sola de las innumerables cuerdas
chasqueó y se enroscó, retrocediendo y azotando el aire. Uno de los extremos
alcanzó a Sam, que se echó atrás con un grito, llevándose la mano a la boca.
—A este paso tardaremos días y días en despejar el camino —dijo—. ¿Qué
hacer? ¿Han vuelto los ojos?
—No, no se les ve —dijo Frodo—. Pero tengo aún la impresión de que me
están mirando, o pensando en mí: maquinando algún otro plan, tal vez. Si esta luz
menguase, o fallara, no tardarían en reaparecer.
—¡Atrapados justo al final! —dijo Sam con amargura. Y otra vez, por
encima del cansancio y la desesperación, lo dominó la cólera—. ¡Moscardones
atrapados en una telaraña! ¡Que la maldición de Faramir caiga sobre Gollum, y
cuanto antes!
—Nada ganaríamos con eso ahora —dijo Frodo—. ¡Bien! Veamos qué puede
hacer Dardo. Es una hoja élfica. También en las hondonadas oscuras de
Beleriand donde fue forjada había telarañas horripilantes. Pero tú tendrás que