Page 802 - El Señor de los Anillos
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parecía a una araña, pero era más grande que una bestia de presa, y un malvado
designio reflejado en los ojos despiadados la hacía más terrible. Aquellos mismos
ojos que Sam creía apagados y vencidos, allí estaban de nuevo, y relucían con un
brillo feroz, arracimados en la cabeza que se proyectaba hacia adelante. Tenía
grandes cuernos, y detrás del cuello corto semejante a un fuste, seguía el cuerpo
enorme e hinchado, un saco tumefacto e inmenso que colgaba oscilante entre las
patas; la gran mole del cuerpo era negra, manchada con marcas lívidas, pero la
parte inferior del abdomen era pálida y fosforescente, y exhalaba un olor
nauseabundo. Las patas de coyunturas nudosas y protuberantes se replegaban
muy por encima de la espalda, los pelos erizados parecían púas de acero, y cada
pata terminaba en una garra.
En cuanto el cuerpo fofo y las patas replegadas pasaron estrujándose por la
abertura superior de la guarida, Ella-Laraña avanzó con una rapidez espantosa,
ya corriendo sobre las patas crujientes, ya dando algún salto repentino. Estaba
entre Sam y su amo. O no vio a Sam, o prefirió evitarlo momentáneamente por
ser el portador de la luz, lo cierto es que dedicó toda su atención a una sola presa,
Frodo, que privado del frasco e ignorando aún el peligro que lo amenazaba,
corría sendero arriba. Pero Ella-Laraña era más veloz: unos saltos más y le daría
alcance.
Sam jadeó, y juntando todo el aire que le quedaba en los pulmones alcanzó a
gritar:
—¡Cuidado atrás! ¡Cuidado, mi amo! Yo estoy… —pero algo le ahogó el
grito en la garganta.
Una mano larga y viscosa le tapó la boca y otra le atenazó el cuello, en tanto
algo se le enroscaba alrededor de la pierna. Tomado por sorpresa, cayó hacia
atrás en los brazos del agresor.
—¡Lo hemos atrapado! —siseó la voz de Gollum al oído de Sam—. Por fin,
mi tesoro, por fin lo hemos atrapado, sí, al hobbit perverso. Nos quedamos con
éste. Que Ella se quede con el otro. Oh sí, Ella-Laraña lo tendrá, no Sméagol: él
prometió; él no le hará ningún daño al amo. Pero te tiene a ti, pequeño fisgón
inmundo y perverso. —Le escupió a Sam en el cuello.
La furia desencadenada por la traición, y la desesperación de verse retenido
en un momento en que Frodo corría un peligro mortal, dotaron a Sam de
improviso de una energía y una violencia que Gollum jamás habría sospechado
en aquel hobbit a quien consideraba torpe y estúpido. Ni el propio Gollum hubiera
sido capaz de retorcerse y debatirse con tanta celeridad y fiereza. La mano se le
escurrió de la boca, y Sam se agachó y se lanzó hacia adelante, tratando de
zafarse de la garra que le apretaba la garganta. Aún conservaba la espada en la
mano, y en el brazo izquierdo, colgado de la correa, el bastón de Faramir. Trató
de darse vuelta para traspasar con la espada a su enemigo. Pero Gollum fue
demasiado rápido: estiró de pronto un largo brazo derecho y aferró la muñeca de