Page 807 - El Señor de los Anillos
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descenso de aquel techo horrible; y así Ella-Laraña, con todo el poder de su
propia y cruel voluntad, con una fuerza superior a la del puño del mejor
guerrero, se precipitó sobre la punta implacable. Más y más profundamente
penetraba cada vez aquella punta, mientras Sam era aplastado poco a poco
contra el suelo.
Jamás Ella-Laraña había conocido ni había soñado conocer un dolor
semejante en toda su larga vida de maldades. Ni el más valiente de los soldados
de la antigua Gondor, ni el más salvaje de los orcos atrapado en la tela, había
resistido de ese modo, y nadie, jamás, le había traspasado con el acero la carne
bienamada. Se estremeció de arriba abajo. Levantó una vez más la gran mole,
tratando de arrancarse del dolor, y combando bajo el vientre los tentáculos
crispados de las patas, dio un salto convulsivo hacia atrás.
Sam había caído de rodillas cerca de la cabeza de Frodo; tambaleándose en el
hedor repelente, aún empuñaba la espada con ambas manos. A través de la
niebla que le enturbiaba los ojos entrevió el rostro de Frodo, y trató
obstinadamente de dominarse y no perder el sentido. Levantó con lentitud la
cabeza y la vio, a unos pocos pasos, y ella lo miraba; una saliva de veneno le
goteaba del pico, y un limo verdoso le rezumaba del ojo lastimado. Allí estaba,
agazapada, el vientre palpitante desparramado en el suelo, los grandes arcos de
las patas, que se estremecían, juntando fuerzas para dar otro salto, para aplastar
esta vez, y picar a muerte: no una ligera mordedura venenosa destinada a
suspender la lucha de la víctima; esta vez matar y luego despedazar.
Y mientras Sam la observaba, agazapado también él, viendo en los ojos de la
bestia su propia muerte, un pensamiento lo asaltó, como si una voz remota le
hablase al oído de improviso, y tanteándose el pecho con la mano izquierda
encontró lo que buscaba: frío, duro y sólido le pareció al tacto en aquel espectral
mundo de horror el frasco de Galadriel.
—¡Galadriel! —dijo débilmente, y entonces oyó voces lejanas pero claras:
las llamadas de los elfos cuando vagaban bajo las estrellas en las sombras
amadas de la Comarca, y la música de los elfos tal como la oyera en sueños en
la Sala de Fuego de la morada de Elrond.
Gilthoniel A Elbereth!
Y de pronto, como por encanto, la lengua se le aflojó, e invocó en un idioma
para él desconocido:
A Elbereth Gilthoniel
o menel palandíriel,
le nailon sí di’nguruthos!
A tiro nin, Fanuilos!