Page 803 - El Señor de los Anillos
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Sam: los dedos eran como tenazas: lentos, implacables; le doblaron la mano hacia
atrás y hacia adelante, hasta que con un alarido de dolor Sam dejó caer la
espada; y entretanto la otra mano de Gollum se le cerraba cada vez más
alrededor del cuello.
Sam jugó entonces una última carta. Tironeó con todas sus fuerzas hacia
adelante y plantó los pies con firmeza en el suelo; luego, con un movimiento
brusco, se dejó caer de rodillas, y se echó hacia atrás.
Gollum, que ni siquiera esperaba de Sam esta sencilla treta, cayó al suelo con
Sam encima de él, y recibió sobre el estómago todo el peso del robusto hobbit.
Soltó un agudo silbido y por un segundo la garra cedió en la garganta de Sam;
pero los dedos de la otra seguían apretando como tenazas la mano de la espada.
Sam se arrancó de un tirón y volvió a ponerse en pie y giró en círculo hacia la
derecha, apoyándose en la muñeca que Gollum le sujetaba. Blandiendo el bastón
con la mano izquierda, lo alzó y lo dejó caer con un crujido sibilante sobre el
brazo extendido de Gollum, justo por debajo del codo.
Dando un chillido, Gollum soltó la presa. Entonces Sam atacó otra vez; sin
detenerse a cambiar el bastón de la mano izquierda a la derecha, le asestó otro
golpe salvaje. Rápido como una serpiente Gollum se escurrió a un lado, y el
golpe, destinado a la cabeza, fue a dar en la espalda. La vara crujió y se quebró.
Eso fue suficiente para Gollum. Atacar de improviso por la espalda era uno de
sus trucos habituales, y casi nunca le había fallado. Pero esta vez, ofuscado por el
despecho, había cometido el error de hablar y jactarse antes de aferrar con
ambas manos el cuello de la víctima. El plan había empezado a andar mal desde
el momento mismo en que había aparecido en la oscuridad aquella luz horrible.
Y ahora lo enfrentaba un enemigo furioso, y apenas más pequeño que él. No era
una lucha para Gollum. Sam levantó la espada del suelo y la blandió. Gollum
lanzó un chillido, y escabullándose hacia un costado cayó al suelo en cuatro
patas, y huyó saltando como una rana. Antes que Sam pudiese darle alcance, se
había alejado, corriendo hacia el túnel con una rapidez asombrosa.
Sam lo persiguió espada en mano. Por el momento, salvo la furia roja que le
había invadido el cerebro, y el deseo de matar a Gollum, se había olvidado de
todo. Pero Gollum desapareció sin que pudiera alcanzarlo. Entonces, ante aquel
agujero oscuro y el olor nauseabundo que le salía al encuentro, el recuerdo de
Frodo y del monstruo lo sacudió como el estallido de un trueno. Dio media vuelta
y en una enloquecida carrera se precipitó hacia el sendero, gritando sin cesar el
nombre de su amo. Era quizá demasiado tarde. Hasta ese momento el plan de
Gollum había tenido éxito.