Page 800 - El Señor de los Anillos
P. 800
no lo cuenta ninguna historia, pues son pocos los relatos de los Años Oscuros que
han llegado hasta nosotros. Pero allí seguía, ella que había ido allí antes que
Sauron y aun antes que la primera piedra de Barad-dûr, y que a nadie servía sino
a sí misma, bebiendo la sangre de los elfos y de los hombres, entumecida y
obesa, rumiando siempre algún festín; tejiendo telas de sombra; pues todas las
cosas vivas eran alimento para ella, y ella vomitaba oscuridad. Los retoños,
bastardos de compañeros miserables de su propia progenie, que ella destinaba a
morir, se esparcían por doquier de valle en valle, desde las Ephel Dúath hasta las
colinas del Este, y hasta el Dol Guldur y las fortalezas del Bosque Negro. Pero
ninguno podía rivalizar con Ella-Laraña la Grande, última hija de Ungoliant para
tormento del desdichado mundo.
Años atrás la había visto Gollum, el Sméagol que fisgoneaba en todos los
agujeros oscuros, y en otros tiempos se había prosternado ante ella y la había
venerado; y las tinieblas de la voluntad maléfica de Ella-Laraña habían
penetrado en la fatiga de Gollum, alejándolo de toda luz y todo remordimiento. Y
Gollum le había prometido traerle comida. Pero los apetitos de Ella-Laraña no
eran semejantes a los de Gollum. Poco sabía ella de torres, o de anillos o de
cualquier otra cosa creada por la mente o la mano, y poco le preocupaban a ella
que sólo deseaba la muerte de todos, corporal y mental, y para sí misma una
hartura de vida, sola, hinchada hasta que las montañas ya no pudieran sostenerla
y la oscuridad ya no pudiera contenerla.
Pero ese deseo tardaba en cumplirse, y ahora encerrada en el antro oscuro,
hacía mucho tiempo que estaba hambrienta, y mientras tanto el poder de Sauron
se acrecentaba y la luz y los seres vivientes abandonaban las fronteras del reino;
y la ciudad del valle había muerto y ningún elfo ni hombre se acercaban jamás,
sólo los infelices orcos. Alimento pobre, y cauto por añadidura. Pero ella
necesitaba comer, y por más que se empeñasen en cavar nuevos y sinuosos
pasadizos desde la garganta y desde la torre, ella siempre encontraba alguna
forma de atraparlos. Esta vez, sin embargo, le apetecía una carne más delicada.
Y Gollum se la había traído.
—Veremos, veremos —se decía Gollum, cuando predominaba en él el
humor maligno, mientras recorría el peligroso camino que descendía de Emyn
Muil al Valle de Morgul—, veremos. Puede ser, oh sí, puede ser que cuando Ella
tire los huesos y las ropas vacías, lo encontremos, y entonces lo tendremos, el
Tesoro, una recompensa para el pobre Sméagol, que le trae buena comida. Y
salvaremos el Tesoro, como prometimos. Oh sí. Y cuando lo tengamos a salvo,
Ella lo sabrá, oh sí, y entonces ajustaremos cuentas con Ella, oh sí mi tesoro.
¡Entonces ajustaremos cuentas con todo el mundo!
Así reflexionaba Gollum en un recoveco de astucia que aún esperaba poder
ocultarle, aunque la había vuelto a ver y se había prosternado ante ella mientras
los hobbits dormían.