Page 795 - El Señor de los Anillos
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Por fin Frodo, que tanteaba la pared de la izquierda, sintió de pronto un vacío
      y estuvo a punto de caer de costado en el agujero. Allí la abertura en la roca era
      mucho  más  grande  que  todas  las  anteriores,  y  exhalaba  un  olor  fétido  tan
      nauseabundo y una impresión de malicia acechante tan intensa que Frodo vaciló.
      Y en ese preciso momento también Sam trastabilló y cayó de bruces.
        Luchando  al  mismo  tiempo  contra  la  náusea  y  el  miedo,  Frodo  apretó  la
      mano de Sam.
        —¡Arriba! —le dijo en un soplo ronco, sin voz—. Todo proviene de aquí, el
      olor y el peligro. ¡Escapemos! ¡Pronto!
        Apelando a todo cuanto le quedaba de fuerza y de resolución, logró poner a
      Sam en pie, y obligó a sus propias piernas a moverse. Sam se tambaleaba. Un
      paso,  dos  pasos,  tres  pasos…  seis  pasos  por  fin.  Acaso  habían  dejado  atrás  el
      horrendo agujero invisible, pero fuera o no así, de pronto se movieron con más
      facilidad,  como  si  una  voluntad  hostil  los  hubiese  soltado  momentáneamente.
      Siempre tomados de la mano, prosiguieron el ascenso.
        Pero casi en seguida encontraron una nueva dificultad. El túnel se bifurcaba,
      o parecía bifurcarse, y en la oscuridad no podían ver cuál era el camino más
      ancho, o el más recto. ¿Cuál tomar: el de la derecha o el de la izquierda? No
      había nada que pudiese orientarlos, pero una elección equivocada sería sin duda
      fatal.
        —¿Qué dirección tomó Gollum? —jadeó Sam—. ¿Y por qué no nos esperó?
        —¡Sméagol! —dijo Frodo, tratando de gritar—. ¡Sméagol! —Pero la voz le
      sonó  como  un  graznido,  y  se  extinguió  no  bien  le  llegó  a  los  labios.  No  hubo
      ninguna respuesta, ni un solo eco, ni una vibración del aire.
        —Esta vez se ha marchado de veras —murmuró Sam—. Sospecho que este
      es exactamente el lugar al que quería traernos. ¡Gollum! Si alguna vez vuelvo a
      ponerte las manos encima, te aseguro que las pagarás.
        En seguida, tanteando y dando vueltas a ciegas en la oscuridad, descubrieron
      que la abertura de la izquierda estaba obstruida: o era un agujero ciego, o una
      gran piedra había caído en el pasadizo.
        —Este  no  puede  ser  el  camino  —susurró  Frodo—.  Para  bien  o  para  mal,
      tendremos que tomar el otro.
        —¡Y pronto! —dijo Sam, jadeante—. Hay algo peor que Gollum muy cerca.
      Siento que nos están mirando.
        Habían recorrido apenas unos pocos metros, cuando desde atrás les llegó un
      sonido,  sobrecogedor  y  horrible  en  el  silencio  pesado:  un  gorgoteo,  un  ruido
      burbujeante, y un silbido largo y venenoso. Dieron media vuelta, mas nada era
      visible. Inmóviles, como petrificados, permanecieron allí, los ojos fijos y muy
      abiertos, en espera de no sabían qué.
        —¡Es una trampa! —dijo Sam, y apoyó la mano en la empuñadura de la
      espada;  y  al  hacerlo,  pensó  en  la  oscuridad  del  túmulo  de  donde  provenía—.
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