Page 799 - El Señor de los Anillos
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estar alerta y mantener los ojos a raya. Ven, toma el cristal de estrella. No tengas
      miedo. ¡Levántalo y vigila!

      Frodo  se  aproximó  entonces  a  la  gran  red  gris,  y  lanzándole  una  violenta
      estocada,  corrió  rápidamente  el  filo  a  través  de  un  apretado  nudo  de  cuerdas,
      mientras saltaba de prisa hacia atrás. La hoja de reflejos azules cortó el nudo
      como una hoz que segara unas hierbas, y las cuerdas saltaron, se enroscaron, y
      colgaron flojamente en el aire. Ahora había una gran rajadura en la tela.
        Golpe tras golpe, toda la telaraña al alcance del brazo de Frodo quedó al fin
      despedazada,  y  el  borde  superior  flotó  y  onduló  como  un  velo  a  merced  del
      viento. La trampa estaba abierta.
        —¡Vamos,  ya!  —gritó  Frodo—.  ¡Adelante!  ¡Adelante!  —Una  alegría
      frenética por haber podido escapar de las fauces mismas de la desesperación se
      apoderó de pronto de él. La cabeza le daba vueltas como si hubiera tomado un
      vino fuerte. Saltó afuera, con un grito.
        Luego de haber pasado por el antro de la noche, aquella tierra en sombras le
      pareció  luminosa.  Las  grandes  humaredas  se  habían  elevado,  y  eran  menos
      espesas,  y  las  últimas  horas  de  un  día  sombrío  estaban  pasando;  el  rojo
      incandescente de Mordor se había apagado en una lobreguez melancólica. Pero
      Frodo tenía la impresión de estar contemplando el amanecer de una esperanza
      repentina.  Había  llegado  casi  a  la  cresta  del  murallón.  Faltaba  poco  ahora.  El
      Desfiladero, Cirith Ungol, ya se abría delante de él, una hendidura sombría en la
      cresta negra, flanqueada a ambos lados por los cuernos de la roca, cada vez más
      oscuros contra el cielo. Una carrera corta, una carrera rápida, y ya estaría del
      otro lado.
        —¡El paso, Sam! —gritó, sin preocuparse por la estridencia de su voz, que
      libre de la atmósfera sofocante del túnel resonaba ahora vibrante y fogosa. ¡El
      paso!  Corre,  corre,  y  llegaremos  al  otro  lado…  ¡antes  que  nadie  pueda
      detenernos!
        Sam  corrió  detrás  de  él,  tan  rápido  como  se  lo  permitían  las  piernas;  no
      obstante la alegría de encontrarse en libertad, se sentía inquieto mientras corría, y
      miraba atrás, a la sombría arcada del túnel, temiendo ver aparecer allí los ojos, o
      alguna forma monstruosa e inimaginable que se acercara a los saltos. Él y su
      amo poco conocían de las astucias y ardides de Ella-Laraña. Muy numerosas
      eran las salidas de esta madriguera.
        Allí tenía su morada, desde tiempos inmemoriales, una criatura maligna de
      cuerpo de  araña,  la  misma  que en  los  días  antiguos habitara  en  el  País  de  los
      Elfos, en el Oeste que está ahora sumergido bajo el Mar, la misma que Beren
      combatiera en Doriath en las Montañas del Terror, y que en ese entonces, en un
      remoto  plenilunio,  había  venido  a  Lúthien  sobre  la  hierba  verde  y  entre  las
      cicutas. De qué modo había llegado hasta allí Ella-Laraña, huyendo de la ruina,
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