Page 797 - El Señor de los Anillos
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mortal lo escudriñaban. A corta distancia de allí, entre ellos y la abertura donde
      habían trastabillado, dos ojos se iban haciendo visibles, dos grandes racimos de
      ojos multifacéticos: el peligro inminente por fin desenmascarado. El resplandor
      del cristal de estrella se quebró y se refractó en un millar de facetas, pero detrás
      del centelleo un fuego pálido y mortal empezó a arder cada vez más poderoso,
      una  llama  encendida  en  algún  pozo  profundo  de  pensamientos  malévolos.
      Monstruosos y abominables eran aquellos ojos, bestiales y a la vez resueltos, y
      animados por una horrible delectación, clavados en la presa, ya acorralada.
      Frodo y Sam, aterrorizados, como fascinados por la horrible e implacable mirada
      de aquellos ojos siniestros, empezaron a retroceder con lentitud; pero mientras
      ellos  retrocedían  los  ojos  avanzaban.  La  mano  de  Frodo  tembló,  y  el  frasco
      descendió lentamente. Luego, de pronto, liberados del sortilegio que los retenía,
      dominados por un pánico inútil para diversión de los ojos, se volvieron y huyeron
      juntos; pero mientras corrían Frodo miró por encima del hombro y vio con terror
      que los ojos venían saltando detrás de ellos. El hedor de la muerte lo envolvió
      como una nube.
        —¡Párate! ¡Párate! —gritó con voz desesperada—. Es inútil correr. Los ojos
      se acercaban lentamente.
        —¡Galadriel! —llamó, y apelando a todas sus fuerzas levantó el frasco una
      vez  más.  Los  ojos  se  detuvieron.  Por  un  instante  la  mirada  cedió,  como  si  la
      turbara  la  sombra  de  una  duda.  Y  entonces  a  Frodo  se  le  inflamó  el  corazón
      dentro  del  pecho,  y  sin  pensar  en  lo  que  hacía,  fuera  locura,  desesperación  o
      coraje,  tomó  el  frasco  en  la  mano  izquierda,  y  con  la  derecha  desenvainó  la
      espada. Dardo relampagueó, y la afilada hoja élfica centelleó en la luz plateada,
      y una llama azul tembló en el filo. Entonces, la estrella en alto y esgrimiendo la
      espada  reluciente,  Frodo,  hobbit  de  la  Comarca,  se  encaminó  con  firmeza  al
      encuentro de los ojos.
        Los ojos vacilaron. La incertidumbre crecía en ellos a medida que la luz se
      acercaba.  Uno  a  uno  se  oscurecieron,  retrocediendo  lentamente.  Nunca  hasta
      entonces los había herido una luz tan mortal. Del sol, la luna y las estrellas estaba
      al abrigo allá en el antro subterráneo, pero ahora una estrella había descendido
      hasta  las  entrañas  mismas  de  la  tierra.  Y  seguía  acercándose,  y  los  ojos
      empezaron a retraerse, acobardados. Uno por uno se fueron extinguiendo; y se
      alejaron, y un gran bulto, más allá de la luz, interpuso una sombra inmensa. Los
      ojos desaparecieron.
      —¡Señor,  Señor!  —gritó  Sam.  Estaba  detrás  de  Frodo,  también  él  espada  en
      mano—.  ¡Estrellas  y  gloria!  ¡Estoy  seguro  de  que  los  elfos  compondrían  una
      canción, si algún día oyeran esta hazaña! Ojalá viva yo el tiempo suficiente para
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